La epidemia de violencia no parece tener freno en Méjico, un país en el que se está produciendo un aumento significativo de crímenes, que se han acabado recientemente con la vida de dos sacerdotes jesuitas. Este clima de violencia impregna todos los estratos de la sociedad, desde las actividades productivas en las ciudades y en el campo a las relaciones sociales. El incremento de la violencia se produce además con la pasividad de un gobierno más preocupado por la imposición de su agenda ideológica que en garantizar la seguridad y la paz de los ciudadanos. Hasta tal punto que el presidente, Manuel Antonio López Obrador, ha querido tensar las cuerdas en las relaciones con la Iglesia, acusando demagógicamente a algunos sacerdotes de hipócritas y de pretender acabar con la violencia, con más violencia.

Ante esta situación límite, la Conferencia Episcopal de Méjico ha convocado un día de oración por la paz por el incremento de los asesinatos y las desapariciones en ese país. Los obispos mejicanos y la conferencia de superiores religiosos han insistido en que hay que intensificar la apuesta por el diálogo social para construir un camino de justicia y de reconciliación. El próximo 31 de julio, en todas las misas que se celebren en Méjico se pedirá por la conversión de los corazones de los victimarios y por la paz social, al tiempo que se hará una oración a la Virgen de Guadalupe, patrona de un pueblo que asiste indefenso a la crisis del Estado de derecho.