Más de 40 millones han tenido que abandonar sus hogares por la guerra o desastres naturales, y a menudo malviven en precarias circunstancias dentro de sus propias fronteras, sin siquiera tener reconocidos los derechos que teóricamente protegen a los refugiados internacionales. El Papa pone el foco sobre los desplazados internos en este domingo, en el que la Iglesia celebra la Jornada del Migrante y el Refugiado. Francisco insiste en que la pandemia que azota el planeta no debe hacernos olvidar “tantas otras situaciones de emergencia que llevan consigo el sufrimiento de muchas personas”, y anima a todos a acercarse a esta realidad habitualmente invisible para tratar de comprenderla.
Esa misma pandemia, en cambio, ha propiciado una toma de conciencia sobre otras realidades relacionadas con el mundo de las migraciones. El “silencio dramático e inquietante” que se apoderó de las calles durante el confinamiento, dice Francisco, “nos dio la oportunidad de escuchar el grito de los más vulnerables”. En España, gracias a Cáritas, hemos sabido que el 75% de los migrantes, pese a llevar años residiendo en el país, no logran salir de la espiral de trabajo precario. Son cifras que corresponden a las imágenes de vulnerabilidad que la crisis sanitaria ha mostrado a todos, correlato visible y próximo de otras muchas realidades frente a las que la Iglesia advierte que no podemos ser indiferentes.