Este domingo hemos celebrado en la Iglesia la solemnidad de la Santísima Trinidad, en la que tiene lugar tradicionalmente la denominada Jornada Pro Orantibus, dedicada a la vida contemplativa. Con el lema “Generar esperanza”, los obispos han querido poner el acento en cómo la vida contemplativa alienta nuestra esperanza, cómo esta realidad, tan contracultural a los ojos del mundo, es un signo de la presencia de Dios vivo, en medio de un tiempo en el que no es difícil encontrar motivos para la tristeza y la desazón. Una percepción amarga de la realidad que parece haber contagiado incluso a los más jóvenes, entre quienes también se dan altas dosis de desmoralización y abatimiento, e incluso un preocupante aumento de suicidios.

La vida contemplativa se yergue, en medio de nosotros, como una suerte de pulmón, de oasis para un mundo que es víctima de su propio vértigo. Ese anhelo que habita en todo corazón humano sale de vez en cuando la luz, como una invitación a no renunciar, tampoco en nuestra vida cotidiana, a esa dimensión contemplativa. Basta recordar la gran cantidad de iniciativas, de búsquedas y a veces de huidas que tratan de alejar el mundanal ruido de nuestra vida agitada. Recientemente, la película “Libres”, todavía en cartelera, ha tenido el acierto de adentrarse en diversos monasterios de clausura. Ha sido un pequeño-gran acontecimiento que, desde su humildad y su verdad documental, ha inundado las salas de cine de esa Esperanza con mayúscula, que, a veces sin saberlo, todos buscamos. El éxito de un documental sobre la vida contemplativa en un momento en el que es cada vez menos gente la que va al cine y menos aún a ver una película documental, es todo un signo elocuente. Hay, en efecto, esperanza. Esa esperanza que es audaz, que sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna.