Los sondeos electorales en Perú vaticinaron antes de la celebración de la segunda vuelta que el candidato electo acabaría siéndolo con una minoría mayoritaria. Así fue y así ha sido. Pedro Castillo ha sido proclamado presidente con una diferencia de 44.000 votos con relación a su adversaria Keiko Fujimori. La sociedad peruana no ha sido capaz de apostar por un candidato fuerte que consiguiera aunar una mayoría política. Así las cosas, Castillo inicia su andadura con problemas objetivos directamente relacionados con su frágil legitimidad electoral.

Desde Alán Garcia en adelante todos los presidentes han pasado por la cárcel o tienen cuentas pendientes con la Justicia por casos de corrupción. A los ciudadanos se les han agotado las alternativas tradicionales y al final, Pedro Castillo, se ha alzado con la Presidencia. Durante más de un mes Fujimori ha intentado impugnar los resultados electorales. Finalmente ha accedido, pero todo hace presagiar que no habrá tranquilidad para Castillo y su Gobierno.

La regeneración de la vida política, el abordaje de la crisis agravada por la pandemia, la prudencia en la toma de las primeras decisiones y la búsqueda de grandes acuerdos son algunas de las tareas que aguardan a Castillo. Las élites desconfían de este maestro de escuela y líder sindical, mientras que los ciudadanos de las zonas rurales más pobres son las que le han aupado al Gobierno. Combinar ambos polos y buscar el equilibrio no será fácil para quien acaba de llegar a la vida política y no goza de mayoría en el Congreso. Pero como todo gobernante recién nombrado, merece 100 días de paz.