Después del golpe de Estado del pasado año en Mali, la esperanza de una vuelta a la normalidad se ha disipado tras la decisión de los militares de aplazar las elecciones generales previstas para el próximo mes de febrero. La respuesta de la Comunidad Económica de los Estados del África Occidental, de la que también forma parte Mali, ha sido tan fulminante como polémica: el bloqueo económico, financiero y comercial del país más amenazado por los grupos yihadistas que aspiran a someter a la población a las leyes islámicas.

Semanas antes de estas sanciones, los países europeos que operan en Mali habían amenazado con sacar sus tropas del país tras la decisión de los militares malienses de contratar al grupo de mercenarios rusos Wagner para luchar contra los yihadistas. Wagner ha sido acusado por la Unión Europea de violar los derechos humanos allí donde operan sus mercenarios.

Ante la situación creada por el aplazamiento de las elecciones, que abocan a Mali a una bancarrota de consecuencias imprevisibles, los países europeos han decidido mantener, de momento, sus tropas desplegadas en el país africano. De alguna forma, la Unión Europea y la ONU se van a ver obligadas a reforzar su ayuda a Mali para evitar el colapso económico y social que se avecina, al quedar sin recursos para pagar a los funcionarios y al propio Ejército. Si el asediado Mali era ya un quebradero de cabeza para Europa, ahora se ha convertido en un explosivo escenario de influencias en el que la omnipresente Rusia de Putin trata de sacar partido