Después de que hubiera repetido en los últimos días que no era una prioridad en estos momentos, el Presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha realizado este fin de semana una importante crisis de Gobierno. En sábado, y en pleno mes de julio, Sánchez ha anunciado cambios en Justicia, Asuntos Exteriores, Transportes, Educación, Política Territorial, Ciencia e Innovación, Cultura, además de en la portavocía y en su propio Jefe de Gabinete, que pasa a ser ocupado por Óscar López, en sustitución de Iván Redondo.

En principio, la salida de ministros como Carmen Calvo, González Laya, José Luis Ábalos, o Isabel Celáa, absolutamente abrasados políticamente por sus nefastas gestiones, deberían ser buenas noticias, pero el perfil de los nuevos miembros del Gobierno tampoco invita al optimismo.

Dadas las circunstancias, hubiera sido mucho más que un gesto el hecho de que Sánchez hubiera aprovechado la crisis de gobierno para reducir el número de ministerios, altos cargos y asesores, para soltar lastre con respecto a sus socios del gobierno de coalición, o para buscar personas verdaderamente cualificadas en la materia. Nada de eso ha sucedido.

Seguimos manteniendo el Gobierno más numeroso y caro de la historia de nuestra democracia y asistiendo a anuncios que tienen que ver más con la cosmética, el artificio y la oportunidad cortoplacista, en una de esas escenificaciones que parece responder al clásico dicho de cambiarlo todo para que, en realidad, nada cambie.