Las expectativas abiertas por el Gobierno español ante la reunión de alto nivel con Marruecos en Rabat se han visto en cierto modo defraudadas por la ausencia del rey Mohamed VI. Lo que sorprende es que la delegación española se haya sentido decepcionada, cuando se supone que estaba perfectamente informada de la estancia en Gabón del soberano marroquí. No se esperaba, por tanto, que el soberano alauita interrumpiera su estancia en el país africano para recibir a Sánchez, con el que ya tuvo un significativo encuentro el pasado mes de abril. Lo que importa ahora es que la "cumbre" hispano-marroquí ha transcurrido en un clima restablecido de cordialidad, en el marco de la necesaria normalización de las relaciones con el vecino del sur.

Solo hay que leer la prensa marroquí para comprobar cómo han cambiado las cosas desde que Sánchez, ignorando por completo al Parlamento, decidió reconocer la soberanía marroquí sobre el Sáhara. Como contraste, en Rabat se acentúan las críticas a Francia por haber apoyado la resolución condenatoria del Parlamento Europeo a Marruecos por vulneración de derechos humanos, cosa que los socialistas españoles no secundaron por orden del propio Sánchez. La recuperación de la confianza entre Madrid y Rabat es un hecho positivo por muchas razones. Pero Sánchez debe dar explicaciones transparentes de su política en el Magreb ante el Congreso, y no hipotecar nuestra política internacional sólo para dar satisfacción a un socio al que también hay que exigir lealtad.