En materia económica la propaganda lo soporta todo pero el bolsillo de las familias españolas y de las empresas, no. La decisión del Banco Central Europeo de subir los tipos de interés por quinta vez consecutiva tiene importantes consecuencias para los ciudadanos, que ya se han gastado el colchón de ahorro generado en la pandemia. Que las hipotecas se encarezcan y que las empresas tengan más complicado acceder a los créditos es una medida de ortodoxia económica para intentar reducir la inflacción y desactivar determinadas burbujas económicas. Una inflación, por otra parte, que se reduce más lentamente de los previsto.

A este retraso hay que sumar en España el drama del paro. Es cierto que enero suele ser un mes malo para el empleo, pero los datos referidos al mes pasado han batido todos los registros negativos. Al margen de la anomalía que representan los contratos fijos discontinuos, el mercado laboral perdió 215.047 afiliados, con lo que el número de desempleados en España supera los 3.100.000, a los que habría que sumar medio millón más de fijos discontinuos que no están trabajando, una cuantía que el Gobierno sigue sin aclarar. España es así el país de la Unión Europea que menos empleó creó en 2022, y que tiene la mayor tasa de parados, por encima de Grecia.

Difícilmente se entiende el triunfalismo de un Gobierno que alienta una economía frágil, basada en una política volcada en el incremento de ingresos fiscales y el endeudamiento del Estado, y que, además se empeña en demonizar a los empresarios.