El 23 de enero los venezolanos celebran la caída de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. La fecha fue aprovechada por el chavismo para cargar contra la oposición y de manera especial contra el presidente encargado Juan Guaidó. Nicolás Maduro ha optado por redoblar la presión, y Guaidó ha sido acusado de corrupción y conspiración, de haber tramado un Golpe de Estado con el apoyo del Gobierno de Colombia, de intentos de magnicidio, de colaborar en la liberación de Leopoldo López y de haber participado en la organización de la operación Gedéon. Maduro ha prometido encarcelar a Guaidó.

Por su parte, el líder opositor celebró la jornada del 23 de enero reivindicando la vuelta de la democracia para los venezolanos, y ha optado por responder a Maduro emplazándole a retomar las conversaciones que quedaron rotas en la mesa de negociación convocada en México el pasado mes de agosto. Maduro se levantó de la mesa pocos meses después, en octubre, cuando uno de sus testaferros fue extraditado a Estados Unidos.

Maduro considera que, en el estado en el que se encuentra la política internacional, aumentar la presión contra Guaidó le favorece. Si Maduro accediera a sentarse de nuevo bajo el amparo de México para retomar las conversaciones con la oposición, algo podría mejorar. Pero eso también exige de la oposición acordar una estrategia única que ponga fin a las pugnas y desencuentros internos. Alguien debe cortar el nudo y no va a ser el chavismo.