Sin olvidarse de pedir una vez más por la paz en la martirizada Ucrania, el Papa está ya de regreso en Roma, tras su viaje apostólico a la República Democrática del Congo y Sudán del Sur. La guerra más visible y mediática de cuantas asolan el mundo, le ha servido al Papa Francisco para poner en el centro del foco a tanta gente que sufre a causa de conflictos, explotación y pobreza, también en otras partes del mundo, a menudo olvidadas. En este sentido, su quinta visita al continente africano, ha sido un viaje marcado por la llamada constante a reconstruir la paz, allí donde parece prevalecer la lógica de la división y de la violencia, y marcado así mismo por los gestos visibles de comunión, en una llamada incesante al diálogo inter religioso y ecuménico.

En la última Eucaristía del viaje, celebrada ante el Mausoleo John Garang, de Yuba, Francisco ha invitado a los sudaneses a volverse luminosos, a ser luz y sal de una tierra que necesita de su testimonio valiente y de su esperanza, a pesar de las heridas, la violencia que alimenta el veneno del odio, y la iniquidad que provoca miseria y pobreza. Como ha repetido Francisco, es tiempo de deponer las armas y de empuñar la oración, de vencer al mal con el bien. Esta no es solo, ni en primer lugar, una tarea que hayan de acometer los grandes poderes e instituciones internacionales. La conversión de cada uno de los corazones es la primera piedra que ha de colocarse para levantar el edificio de la paz. Por eso el Papa, en el corazón de África, donde no siempre es sencilla la vida para los cristianos, les ha pedido que empiecen ellos dando el primer paso, que sean comunidades fraternas, que irradien luz de bien a todos y que muestren, que es hermoso y posible vivir la gratuidad, tener esperanza, y construir, al fin, todos juntos un futuro reconciliado.