Lo de menos son los dos billones de dólares que EE.UU ha tirado a la basura. La salida a la francesa de Afganistán, poniendo abruptamente fin a una misión de 20 años, devuelve el país al caos. Los talibán se hacen fuertes en las zonas rurales y controlan ya la mitad del país. El ejército, mejor armado y con más efectivos, es incapaz de resistir el avance, a lo que el gobierno responde devolviendo el poder a los señores de la guerra tribales, a quienes no faltará apoyo y financiación de Rusia, China, Irán, Pakistán…, sin que Occidente pueda reprocharles nada. George W. Bush, el presidente que derrocó a los talibán, ha roto su silencio para criticar la decisión de Biden. No le faltan razones. El prestigio norteamericano queda tocado por su modo de desentenderse de Afganistán y abandonar a su suerte a miles de traductores y otras personas que ofrecieron colaboración.

Pero los errores de Biden son compartidos con sus predecesores, desde el propio Bush, que optó por una solución militar imposible de sostener. Después Obama se conformó con que el asunto no le desgastara políticamente. Y Trump tomó la acertada decisión de contar con los talibán para el futuro del país, pero después de haber anunciado ya una retirada, por lo que los mulás nada tenían que ganar en el diálogo. Error, tras error, resultado de una cadena de negligencias por las que la población afgana va a pagar un dramático precio.