La primera sesión de la llamada "mesa de negociación" entre el Gobierno español y la Generalitat de Cataluña concluyó ayer tal como empezó, con el único acuerdo, adoptado previamente por Sánchez y Aragonés, de seguir hablando sin plazo fijo. Si las posiciones de las dos partes son tan opuestas como imposibles de conciliar, cabe preguntarse de qué sirve seguir con este diálogo de sordos. Ni el presidente del Gobierno español puede ceder a las exigencias de los independentistas, ni éstos quieren abandonar su ensueño. Ya el anterior presidente, Mariano Rajoy, que recibió de la Generalitat las mismas presiones que ahora Sánchez, se negó en sede parlamentaria a hacer el paripé de un diálogo a todas luces estéril.

Pero Sánchez y Aragonés son muy conscientes de que su propia estabilidad pende, como espada de Damocles, de su estrategia de apoyo mutuo. El objetivo es llegar indemnes a las próximas elecciones y esperar que la oposición se pierda en disputas estériles. Es evidente que mientras dure esta especie de "diálogo de sordos", Sánchez tiene asegurada su permanencia en La Moncloa e, incluso, si la luz no lo ciega, podrá jactarse dentro de dos años de haber intentado la solución del conflicto catalán de una manera aparentemente democrática. Precisamente la gran irresponsabilidad del Presidente consiste en no haber ni siquiera intentado, acordar con los partidos constitucionalistas un proyecto de concordia para Cataluña, con el sentido de Estado del que Sánchez carece.