La primera reacción de Argelia al cambio de postura de Sánchez respecto al Sáhara Occidental ha sido contundente: ha llamado a consultas a su embajador. Dar satisfacción a Marruecos sobre sus pretensiones en la antigua colonia española supone, en principio, enfrentarse con Argelia, nuestro principal proveedor de gas. El ministro de Exteriores, Albares, sostiene lo contrario, y es importante que lo explique porque Argelia nos evita depender de Rusia, e Italia está muy interesada en sustituirnos como socio preferente.

La modificación de la postura diplomática respecto al Sáhara no solo tiene implicaciones energéticas. Hasta ahora, nuestra política en la antigua colonia era objeto de uno de los escasos consensos parlamentarios, y sería necesario que una decisión de este calado fuese objeto de un diálogo profundo y de un acuerdo, al menos con el principal partido de la oposición.

Sánchez ha decidido un cambio radical de posición sin hablar con parte de su Gobierno, sin informar a la oposición y con una situación de debilidad parlamentaria notable. El Congreso de los Diputados, sede de la soberanía española, no ha debatido la cuestión. Las formas, que en esta cuestión son muy importantes, no han respetado el modo de comunicar propio de una democracia, ya que se ha dejado que el Rey de Marruecos diera a conocer la decisión casi personal de Sánchez