El Muro de Trump, la apertura de México al Pacífico y su papel ante el chavismo no pueden ocultar la gravedad de la política interior mexicana. Tres exgobernadores del PRI han sido recientemente detenidos, uno de ellos en España, acusados de blanqueo de capitales, colaboración con organización criminal y enriquecimiento ilícito. Uno de los hombres de Peña Nieto en Pemex ha sido acusado de negocios fraudulentos con Oderbrecht. Las concesiones de vía férrea a alguna empresa española están bajo sospecha. La administración de Peña Nieto subsiste entre numerosos escándalos financieros a los que se suman las acusaciones por corrupción de algún que otro Gobernador y candidatos panistas. Las cifras son alarmantes para un país con más de la mitad de sus ciudadanos en situación de pobreza y desamparo institucional. De ahí que las próximas elecciones municipales y a Gobernadores presagien, como sucede de cara a las presidenciales de 2018, un ascenso sobresaliente del Movimiento fundado por Manuel López Obrador.

La corrupción atraviesa toda la política mexicana, las instituciones se resienten, la economía decrece y la ciudadanía no aguanta. Ni la lucha de Calderón contra el narco, ni el supuesto apaciguamiento de Peña han servido de nada. El escenario es desolador. No nos sorprenda, por lo tanto, que la ciudadanía deposite sus esperanzas en el eterno candidato. La corrupción pasa factura y cuando no hay voluntad de regeneración interna y las instancias judiciales no funcionan, solo queda el mal menor.