De entre las tradiciones que conforman el paisaje cultural de España, la Semana Santa ocupa un lugar destacado. Pese a que estamos inmersos en un proceso de secularización intensiva, durante estos días la presencia de la memoria de los misterios de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo ocupa de forma significativa el espacio público como testimonio de la más grande historia de amor que el hombre ha podido imaginar. La historia de Dios que se hace hombre, que asume la fragilidad de nuestra naturaleza, que se convierte en víctima del mal, de la opresión, de los poderes de este mundo y que entrega su vida por la liberación de todos.

La Semana Santa es la expresión popular más importante de una religiosidad sin la que no se puede entender nuestra identidad como pueblo. Una religiosidad que ha ido acumulando a lo largo de los siglos un ingente patrimonio de expresiones artísticas. Desde las imágenes de Cristo y de su madre a los cantos litúrgicos y populares, junto con el acompañamiento de un pueblo que se siente interpelado por la propuesta de sentido que trae el crucificado y resucitado.

Nadie puede negar que la Semana Santa forma parte de nuestro patrimonio cultural y espiritual. Pero no basta la herencia. Para que siga siendo una realidad viva, es precisa la adhesión libre de personas, de un pueblo que reconoce en la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, la respuesta a los límites, al sufrimiento, al deseo de justicia y de felicidad que acompañan la existencia de los hombres y mujeres, hoy como cuando comenzó esta historia que nos interpela con fuerza estos días.