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Dios sólo mira el corazón de las personas, no su apariencia. Hoy celebramos a Santa Teresita de Lisieux. Siempre estuvo cerca de Dios y anhelaba su unidad con el Esposo como dicen lo grandes místicos. Nacida en 1873 en Alençon (Francia), es la 9ª de un matrimonio que había perdido a cuatro de sus hijos.
Durante la infancia, recibe la educación y el cuidado esmerado de una familia cristiana, donde sus hermanas mayores se hacen cargo de ella, cuando muere la madre. El traslado a Lisieux, donde hay un Convento de Carmelitas. Tras la entrada de sus hermanas, Teresa, con tan sólo quince años decide ingresar. La oposición de todos es patente, excepto en su padre, quien peregrina con su hija a Roma para obtener un permiso especial del Papa León XIII. A pesar de las muchas críticas a su ingreso, el Obispo bendice esta decisión en 1888.
Desde el principio, tiene la idea de aceptar desde la disponibilidad cualquier sacrificio dentro del Monasterio. Cuando lee a San Pablo en la Primera Carta a los Corintios, capítulo 13, se siente identificada con el amor como el mayor de los carismas, entendiendo que en la Iglesia hay diversos carismas, pero la caridad es el más excelente de todos. Su madurez espiritual le hace maestra de novicias a los pocos años.
También escribirá reflexiones de profunda carga espiritual. La prueba se hará presente con la tuberculosis, de la que morirá en 1897. Cuando se acercan las hermanas del Convento a preguntarle, ella contesta con total normalidad: “Es el Esposo que llega”.
Santa Teresita del Niño Jesús es Patrona de las Misiones junto a San Francisco Javier. El motivo es que desde la celda llegó a tener trato espiritual con varios misioneros que llevaban a cabo su Apostolado en las tierras de Japón donde estuvo Javier.