SANTORAL 5 DIC

El hombre santo y sencillo al que venían a pedirle consejo hasta los Obispos

San Sabas se fue a Tierra Santa. Vivió en sencillez y oración en el desierto, llamando la atención de los Obispos que buscaban su consejo.

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En este período de preparación para la Navidad nos encontramos con multitud de Santos de la antigüedad que han sido maestros de oración, de contemplación y de vida eremítica. Como en este miércoles de la Primera Semana de Adviento, en la que conmemoramos a San Sabas. Nace en el año 439 en Capadocia. Sus tíos se hacen cargo de él, porque su padre se ausenta en cumplimiento de servicios militares.

Admitido en el Monasterio de Flaviano, recibe una educación esmerada e integral en la Fe y en la vida. Imbuido también del espíritu monacal, entra en el monasterio con dieciocho años. Después de pedir permiso a su Abad, marcha a Palestina para conocer los Santos Lugares, consolidándose su sentimiento monástico.

Prueba de ello, es que pasa varios años en dos Conventos de aquellas zonas. Notando una relajación conventual, se va al Jordán donde sufrirá numerosas tentaciones del Maligno, venciéndolas con su oración, austeridad y penitencia, en recuerdo de Cristo que, antes de empezar su Vida Pública con el Bautismo allí, se retiró a orar y hacer penitencia.

Muchas serán las gentes que vayan a verle para aprender de su santidad, hasta que sea ordenado sacerdote por el Patriarca de Jerusalén, no sin dificultades, ya que él se considera indigno de tal Gracia del Cielo. Al aumentar su sencillez, corre su espíritu de santidad por todos los rincones. Van a verle otros clérigos e, incluso, los mismos Obispos a pedirle consejo. Bajo su ayuda espiritual se construyen nuevos Conventos, además de hospitales que acojan a los enfermos. Nombrado responsable de los eremitas del desierto, ha de luchar contra todas las desviaciones que afecten a la Iglesia. Muere en el 531.

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