
Madrid - Publicado el
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Hace pocos días celebrábamos Pentecostés donde contemplábamos al Espíritu que une a todo lo que el pecado había disgregado. Y lo mismo sucede con quienes andaban divididos o separados que luego se unen para vivir su entrega a Dios, incluso con el propio martirio. Hoy la Iglesia nos presenta a los Santos mártires Ciriaco y Paula.
Pocos datos tenemos de su vida. Pero lo cierto es que fueron unidos al suplicio por su Fe. De origen hispano-romano - entre el Norte de África y Andalucía, se cree que nacieron hacia el siglo III - por las noticias que se tienen, sufren la crudeza de nadar contra corriente ante las dificultades que, por entonces, se presentaban.
Ciriaco era un diácono en Roma, al estilo de San Lorenzo que atendía a los necesitados y confortaba en la cárcel a los presos por causa de seguir a Jesús y convertía a otros a la Causa del Reino. Paula pertenecía a la nobleza. Estos jóvenes cristianos viven en la etapa de Diocleciano, Emperador que recrudeció la persecución contra los seguidores de Cristo.
Algunos los sitúan con Valeriano y no faltan quienes les ponen en los tiempos de Juliano “el apóstata”. Sea quien sea de ellos era una cruel tortura contra los cristianos. Sin embargo, esto no les aparta del camino de la Verdad, lo cual hará que sigan en su empeño de vivir al Señor.
Cuando Paula y Ciriaco son descubiertos como servidores del Evangelio, son condenados a morir.
En 1487 los Reyes Católicos cuando conquistaron Málaga dedicaron a estos Santos una de las cuatro Iglesias principales por recomendación de un monje. A partir de ese momento son declarados Patronos de Málaga.