
Madrid - Publicado el
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En la antigüedad ha habido muchas historias de Santas que han perdido la vida por Cristo en la adolescencia o en los primeros momentos de una juventud incipiente. Hoy celebramos a Santa Cristina, que derrama su sangre de muy temprana edad.
Nacida en Toscana, concretamente en Bolsena en el siglo III, su padre, de nombre Urbano, es un pagano enemigo y perseguidor de los cristianos. Pero su hija, ha sentido curiosidad por los cristianos, y horror ante las ejecuciones. Al mismo tiempo, empieza a cuestionar la veracidad de los dioses imperiales. Entonces se convierte y se pone Cristina
Esto le lleva a protagonizar un incidente que le hará ser testigo del Evangelio ante el implacable Imperio Romano. Tras romper las estatuas de los dioses que guardaban en casa, recoge los restos y las distribuye entre los necesitados, por su espíritu caritativo.
El padre que se ofusca en sus ideas, manda torturar a su hija, pero ella sale milagrosamente ilesa.
La hoguera y las torturas con garfios no le hacen daño. Los ángeles le confortan y curan sus lesiones por las noches.
Sus propios torturadores se admiran de su serenidad, terminando por convertirse a la Fe. Esto exaspera a sus jueces y su padre. En la cárcel, siente el consuelo de Dios. Al morir su padre dos nuevos gobernadores se hacen cargo del asunto sucesivamente.
Otra vez surgen infinidad de suplicios hasta que es atada a un árbol donde sea asaeteada, entregándose a Dios. Las reliquias de Santa Cristina son llevadas a Palermo de Sicilia donde será venerada. De hecho el culto a esta mártir se extiende muy pronto por las tierras del Viejo Continente y de Occidente.