
Madrid - Publicado el
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Hoy nos encontramos en el comienzo de la III Semana de Pascua. Los discípulos piensan en volver a sus tareas de antes. De hecho van a pescar pero no logran coger nada. Por la mañana se les presenta a la orilla el Señor Resucitado al que no conocen. Como que no sabe nada, les anima a echar las redes a la derecha.
El resultado es la red llena de peces -hasta 153- y no se rompe. Este signo le hace a Juan, que también iba, darse cuenta de quién era el Misterioso joven de la orilla. Al adelantarse Pedro y llegar luego los demás, el Resucitado tiene las brasas preparadas para comer. Señala San Juan que ninguno de los presentes le preguntaba porque sabían muy bien que era el Señor.
Y en este día, recordamos a otro apóstol de estos tiempos: San José María Rubio. Nace en Dalías, Provincia de Almería, en el año 1864. Ordenado sacerdote en Madrid, sus primeros destinos pastorales fueron Chinchón y Estremera. Profesor en el Seminario madrileño, llegaría a ejercer varios años como Notario de la Curia Diocesana.
Sin embargo los planes de la Providencia le llevan por otros caminos diferentes, porque pasados los 40 años, es llamado a servir a Dios desde la Compañía de Jesús. Durante los primeros cinco años, sigue un proceso de formación, para después encargarse de la confesión y la dirección espiritual de muchas almas.
Tampoco faltó en su trayectoria la atención a los más pobres y necesitados, descubriendo en ellos la presencia del rostro de Dios. Su dedicación a los laicos, dio frutos de verdaderos apóstoles seglares. San José María Rubio muere en 1919, siendo beatificado y canonizado por Juan Pablo II.