El Sanedrín acelera su plan para matar a Jesús

Antes de su entrada triunfal en Jerusalén, y tras el milagro de la resurrección de Lázaro

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En su peregrinación a Jerusalén, donde le esperaba la muerte. Jesús se detuve en Betania, un poblado situado a unos tres kilómetros de la capital de Judea, donde he tenido la oportunidad de presenciar directamente uno de los milagros más portentosos que he visto hacer al Mesías: la resurrección de su amigo Lázaro, enterrado desde hacía cuatro días. Jesús suele acudir con cterta frecuencia a esta aldea porque allí viven tres de sus mejores amigos. Marta, Maria y Lázaro en cuya compañía encuentra el reposo necesario en sus caminatas por la región.

Antes de llegar a Betania, Jesús se había detenido a descansar con sus discípulos un un lugar próximo. Enterada Marta de que au amigo estaba cerca, le mandó recado de que Lázaro estaba muy enfermo. Jesús, sin embargo, no se movió hasta unos días después, dedicado como estaba en dar sus últimas enseñanzas a sus discípulos, a los que en ese tiempo describió, con todo detalle, cómo sería el Juicio Final. Cuando llegó al poblado, Marta se adelantó para decirle, con un tono de reproche, que su hermano había muerto. Ví cómo Jesús se conmovió y lloró, no sin antes decirle a Marta que su hermano resucitaría, aludiendo al último día previsto en la Torá. .

Se entabló así un diálogo entre ambos en el que Jesús quiso confortar a Marta diciéndole que Él era la Resurrección y la Vida. "Quien crea en mi .añadió, vivirá para siempre aunque haya muerto y el que vive y cree en mí, no morirá para siempre..." Marta no se asombró de estas palabras porque era consciente de que Jesús era el Mesías, el Hijo de Dios... Tras lo cual, Marta fue en busca de su hermana María que, corriendo fue también a ver a Jesús para reprocharle con lágrimas en los ojos que si hubiera llegado antes, Lázaro no hubiese muerto. Volvió a conmoverse Jesús en presencia de un gentío expectante y sorprendido por verlo llorar.

Fue entonces cuando Jesús pidió que lo llevaran al lugar donfe Lázaro había sido enterrado. Después de elevar los ojos al Cielo, dio gracias a Dios Padre por lo que iba a hacer para que la multitud creyera de una vez... Seguidamente ordenó que corriesen la piedra que cubría la tumba y gritó "¡Lázaro, sal fuera...ª! Y Lázaro apareció cubierto aun con un sudario en la cabeza, ante el asombro de los presentes. Sin embargo, algunos de ellos fueron a contárselo a los sacerdotes del Templo que, de inmediato, convocaron al Sanedrín para deliberar qué hacer ante lo que consideraban un reto a su poder religioso y político. "Si lo dejamos, todos creerán en él y los romanos destruirán nuestro templo y nuestra nación..." Y el sumo sacerdote, llamado Caifás, sentenció "Conviene que uno muera por el pueblo y salvar así a toda la nación".

En este clima de asombro y miedo, Jesús decidió continuar con su misión: subir a Jerusalén, a sabiendas de que le esperaba la muerte, tal y como anunciaron los profetas. La suerte estaba echada, Pero antes se produjo un episodio que fue también decisivo para precipitar la muerte de Jesús Mientras los sanedritas discutían cómo podía cumplirse la sentencia del sumo sacerdote, las gentes que acompañaban a Jesús en su peregrinación a Jerusalén, lo aclamaron sin cesar por el camino hasta la llegada misma de la comitiva al templo..

He tenido la gran oportunidad de estar allí y de presenciar la triunfal entrada de Jesús en Jerusalén, aclamado por las gentes que extendían tamos y palmas, incluso sus vestiduras, durante el recorrido que Jesús hizo montado en un borrico. "¡Hosanna al Hijo de David!", gritaban a su paso... Se diría que el pueblo llano había perdido el temor a las autoridades religiosas, que antes de la sentencia de Caifás, ya acosaban a Jesús con la intención de matarlo. Lo habían intentado en otra ocasión en que Jesús subió de Galilea a Jerusalén con motivo de la fiesta de los Tabernáculos. Los fariseos llegaron a acorralarlo para apedrearlo, peso Jesús se deshizo de ellos sin hacer un solo gesto, por la sencilla razón de que "no había llegado su hora".

Ahora, sin embargo, con su entrada en Jerusalén en los días previos a la Pascua, Jesús sabía que su hora ya había llegado. Así que no rehuyó en absoluto el asedio de los escribas y fariseos.. Todo lo contrario, los desafió desde el momento mismo en que pisó la entrada del Templo, al arrojar de alli a los mercaderes que acostumbraban a vender los animales destinados a los sacrificios pascuales. Volcó las mesas de los cambistas y vendedores, exclamando: "Escrito está: mi Casa será llamada casa de oración, pero vosotros la habéis convertido en casa de ladrones...". Se le acercaron entonces algunos ciegos, mancos y enfermos a los que curó delante de los propios maestros de la Ley, cada vez más decididos a acabar con él.

Esa noche, Jesús volvió a Betania, invitado a cenar, con sus discípulos, por los tres hermanos. Y fue allí donde el Sanedrín encontró el modo de apresarlo y someterlo a un juicio cuya sentencia ya estaba dictada. Ocurrió que durante la cena, María tuvo un gesto de amor y generosidad con el Maestro al tomar un frasco de alabastro lleno de perfume de nardo puro, romperlo y derramarlo sobre los pies de Jesús, enjugándoselos con su larga caballera. La habitación se llenó de fragancia al tiempo que llenaba también de ira a uno de los discípulos: a Judas Iscariote, escandalizado aparentemente por el derroche que significaba el derramamiento del petfume "que podría haberse vendido para ayudar a los pobres"...

¿Qué pasó por el corazón de Judas para que, en ese momento, tomara la decisión de entregar a Jesús a los sacerdotes, que lo buscaban ya para darle muerte? Por inconcebible que parezca, lo cierto es que Judas, que tantos milagros presenció, incluida la resurrección de Lázaro, hacía ya tiempo que se sentía decepcionado por el anuncio que el propio Jesús había hecho de su muerte, sin instaurar antes el Reino que tantas veces había predicado. Pero ¿qué Reino esperaba Judas?

Como antiguo miembro de la secta integrista de los zelotes, Judas confiaba en un Mesías triunfante y revolucionario que echaría a los romanos de Palestina y que implantaría un Reino donde él, como discípulo suyo, sería uno de sus dirigentes. En lugar de ello, veía a un hombre manso y humilde, que predicaba el perdón y el amor a todos y que, además, iba a morir inútilmente. Aguantó su frustración hasta que comprendió al fin que Jesús no era el rey por él soñado, igual que ocurría con muchos sectarios nacionalistas que no habían entendido ni sus propias Escrituras. Judas, en realdad, perdió toda esperanza de que Jesús se rebelase contra el imperialismo romano cuando, al final, comprendió que se iba a dejar morir no por liberar a los judíos de la opresión romana sino de algo muy diferente que los esclavizaba más aún: el pecado.

El hecho es que en vísperas ya de la muerte anunciada, Judas vió en la cena de Betania la ocasión de lucrarse "vendiendo" a Jesús a sus enemigos con los que, acaso esa misma noche, se ajustó con ellos en treinta monedas de plata por entregarlo. El plan urdido con los sacerdotes del Templo consistía en prender a Jesús antes de la celebración de la Pascua, con toda Jerusalén llena de peregrinos a los que se daría, al mismo tiempo, una lección que sirviera de escarmiento a quien, en adelante, se atreviera a desafiar su poder.


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