La Fe y la visión

Tiempo de lectura: 2’

“Dichosos los que crean sin haber visto”

(Jn 20, 29)

Señor Jesús, se nos dice que Tomás no estaba en la casa cuando tú te hiciste presente entre sus compañeros. Él se quedó sin ese privilegio. Solo llegó a tiempo para presenciar el entusiasmo de los que se gozaban por tu resurrección.

Él había sido el único en aceptar el camino de la cruz. Él los había animado un día a subir a Jerusalén para acompañar a su Maestro hasta la muerte. Y ellos ahora le anunciaban el gozo de la gloria recién descubierta.

A Tomás lo hemos criticado por incrédulo. En realidad, es un ejemplo de coherencia y un modelo de fe. Tomás no negaba el triunfo de su Maestro. Solo pedía ver las llagas que habían de dar testimonio de ese triunfo.

A Tomás no le molestaba la alegría de sus compañeros. Le molestaba su incoherencia. No se negaba a creer: se negaba a vivir una resurrección sin muerte. Desconfiaba del triunfo fácil. Deseaba ver las llagas.

El apóstol Tomás es una interpelación para los cristianos. Ante él, tú pronunciaste la última bienaventuranza que resume todo tu mensaje: "Dichosos los que crean sin haber visto".

Nosotros creemos que la salvación pasa por la entrega de la propia vida. Es necesario creer que el resucitado es el mismo que había sido crucificado. Hay que creer que el camino del dolor es fecundo y redentor, a pesar de las apariencias. Es preciso creer que nunca hay salvación sin llagas.

Sabemos que tu camino había de llevarte un día hasta la cruz. Y sabemos también que tu Iglesia no pertenece al grupo de los triunfadores. Tus discípulos solo serán creídos cuando puedan presentar sus cicatrices. Esa es la garantía de su fidelidad a tu evangelio.

Señor Jesús, son tus heridas las que nos han llevado a reconocerte como Señor de nuestra vida. Ayúdanos a seguir tu camino y a ser reconocidos por nuestra fidelidad a tu estilo de vida, por la aceptación de tu muerte y por el anuncio de tu resurrección. Amén.



Religión