La luz y la gloria

Si el domingo pasado el Evangelio nos maracaba la hoja de ruta de la Iglesia, el de hoy nos expone su misión y se revela la honda verdad del ser humano

Tiempo de lectura: 2’

“Cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía”. Con esas promesas, que aparecen en el texto del libro de Isaías (Is 58,7-10), responde Dios a quienes se lamentan de haber ayunado sin ser escuchados por el Señor.

Según el oráculo divino, el ayuno verdadero consiste en partir el pan con el hambriento, en hospedar a los pobres sin techo, en vestir al desnudo y en no cerrar el corazón a los que hemos de reconocer como nuestros hermanos. El auténtico ayuno no consiste tanto en abstenerse de alimentos como en practicar las obras de misericordia.

El salmo responsorial de este domingo se hace eco de aquella profecía, proclamando: “Quien es justo, clemente y compasivo, brilla como una luz en las tinieblas” (Sal 111).

Continuando la lectura de la primera carta a los Corintios, san Pablo afirma que “nuestra fe no se apoya en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (1 Cor 2,5).

La ciudad y la lámpara

En el texto evangélico de las bienaventuranzas se dice cómo es Dios y cuáles son los rasgos que distinguen al Mesías. Pero también se expone la misión de la Iglesia y se revela la honda verdad del ser humano. A continuación, Jesús se refiere a sus discípulos por medio de una proclamación y de dos imágenes complementarias:

• “Vosotros sois la luz del mundo” (Mt 5,14). Estas palabras no constituyen un mandato. Antes de ser una obligación moral, contienen una revelación. Aquel que es la Luz hace a sus seguidores luminosos para un mundo que con frecuencia parece caminar en las tinieblas.

• “No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte”. Para favorecer la defensa, muchas ciudades antiguas se elevaban sobre una colina. Eso ayudaba a los peregrinos a seguir el camino para encontrar en ellas un refugio seguro.

• “Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa”. Esta referencia al celemín con el que se medían los cereales, invita a los discípulos a ser testigos de la luz recibida del Señor.

Don y tarea

De todas formas, el texto evangélico continúa con una exhortación que es válida y apremiante para todos los creyentes en Jesús.

• “Brille así vuestra luz ante los hombres”. La fe es un don gratuito de Dios. Pero la persona que lo recibe ha de recordar que es también una tarea y una responsabilidad que le ha sido confiada para que la transmita a los demás.

• “Para que vean vuestras buenas obras”. El árbol bueno ha de dar frutos buenos. Y las buenas obras no pueden quedar ocultas. Es verdad que al hacer el bien no se ha de buscar la alabanza, pero no es razonable ocultarlo siempre a los ojos de los demás.

• “Para que den gloria a vuestro Padre que está en los cielos”. Esta es la explicación de las frases anteriores. Al realizar una obra buena no se debe aspirar a conseguir la gloria personal. Los hijos de Dios tratan de anunciar y promover la gloria de su Padre celestial.

- Señor Jesús, nosotros te reconocemos como la luz verdadera que ha venido a este mundo. Que tu Espíritu nos ayude a pensar y actuar de tal modo que nuestras palabras y nuestras obras difundan en nuestro ambiente el resplandor de tu verdad. Amén.


Religión