Las ovejas

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“Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen” (Jn 10, 27)

Señor Jesús, muchas personas aseguran que su voz es reconocida por las mascotas que tienen en casa. En realidad, están reproduciendo lo que tú afirmabas hace veinte siglos. La cultura pastoril de tu pueblo hacía comprensible aquel discurso. Las ovejas reconocían la voz y hasta el silbido de su pastor.

Tus primeros seguidores entendieron que tú te referías a ellos. Algunos se decían discípulos tuyos, pero no se comportaban como se esperaba de los miembros de la comunidad. Hacía falta establecer un criterio para llevar a cabo el discernimiento necesario.

Pasados los siglos, las cosas no han cambado tanto. No siempre es un buen creyente aquel que se pavonea presumiendo de serlo. Los signos exteriores pueden ser engañosos también para quien los lleva. Debemos prestar más atención a esas señas de identidad que tú nos dejaste.

La primera de esas señales es la escucha. La disposición para hacer silencio en medio de la algarabía de este mundo, para ignorar los cantos de sirena que nos tientan y seducen con sus falsas ofertas de felicidad a bajo precio. La decisión de escuchar tu voz entre las voces.

La segunda señal es la convicción de ser conocido por ti. Tú no eres un personaje del pasado. Estás vivo y presente, cerca de cada uno de nosotros. No te somos indiferentes. Tú lo sabes todo, como te dijo Simón Pedro. Necesito gozar esa certeza de ser conocido por ti.

La tercera señal es el seguimiento. El aceptarte como guía para nuestro camino, como la verdad que nos libera de las tinieblas y nos lleva a la luz, como el mejor maestro de doctrina y el modelo inevitable de vida y de entrega personal.

Señor Jesús, yo sé que eres el buen pastor que necesitamos, el buen pastor que ando buscando. En realidad eres el único pastor que me está buscando y deseando ofrecerme la salvación. Solo al seguirte a ti puedo encontrar la libertad.


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