El amor y la palabra

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“El que me ama guardará mi palabra” (Jn 14,23)

Señor Jesús, todos sabemos que hay palabras de amor que son llevadas por el viento, es decir por la indiferencia, por el interés o por la inconstancia. El amor verdadero se manifiesta en obras concretas.

Tú contaste una parábola en la que se reflejaba el diverso comportamiento de dos hijos. El uno prometía obedecer el mandato de su padre que le ordenaba ir a trabajar en la viña, pero no mantenía su promesa. El otro hijo rechazaba esa petición pero después la cumplía fielmente.

Una interpretación de la parábola nos lleva a considerar la seriedad y la veracidad del amor, que se manifiesta precisamente en el cumplimiento de los deseos de la persona amada.

“El que me ama guardará mi palabra”. El evangelio según Juan sitúa esas palabras en el discurso que debió de seguir a tu última cena. Con ellas revelabas en primer lugar tu misma identidad. Tú amabas sinceramente al Padre y aceptabas su voluntad.

Por consiguiente, esas palabras tenían también una dimensión moral. Con ellas exhortabas a tus discípulos a manifestar su fidelidad al amor del Padre cumpliendo sus mandamientos. Y lo mismo se decía respecto al amor que tú les habías dedicado.

“El que me ama guardará mi palabra”. No deberíamos olvidar aquella advertencia tuya. En realidad, esta ha de ser siempre la clave de nuestro examen de conciencia, de nuestro examen de sinceridad y de responsabilidad.

De poco valen nuestros ritos y nuestras devociones si no cumplimos el mandamiento del amor que tú nos dejase como tu definitiva lección. Sabemos que no te ama quien ignora o desprecia tu palabra. Quien la acepta tan solo parcelada, de acuerdo con sus intereses.

El amor nos lleva a aceptar, agradecer y vivir tu palabra. Y al mismo tiempo la fidelidad a tu palaba nos lleva a descubrir, vivir y dar testimonio de tu amor. Ese amor que te llevó a entregar tu vida por nosotros. Bendito seas, Señor. Amén.


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