Editorial ECCLESIA: Ante la violencia, testimonio

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Durante más de una semana la sociedad española ha podido contemplar atónita cómo la violencia de unos cuantos jóvenes se adueñaba de las plazas de varias ciudades en aras de una defensa a ultranza de la libertad de expresión. La razón de sus actuaciones se convierte en una excusa: el rechazo a la condena (del 16 de febrero) del rapero Pablo Hasél por enaltecimiento del terrorismo e injurias a la Corona a través de sus canciones. El cantante tiene además en su mochila otra condena por el mismo motivo en 2015 y por otros altercados con agresión a periodistas en Lleida. Sin embargo, más allá del debate sobre la libertad de expresión, impactan las imágenes de decenas de personas rompiendo cristales, entrando en tiendas y huyendo hasta con maniquís sin ser capaces de argumentar un discurso que pueda justificar sus actos violentos. Para el sociólogo Juan González-Anleo, este estallido de violencia es fruto del descontento de una generación marcada por la crisis del año 2008 y la nueva provocada por la pandemia.

La radiografía actual de España alienta el desánimo y crea un ambiente de hastío y desidia sin ofrecer un horizonte hacia el que dirigirse. Las estadísticas del Consejo de la Juventud de Españamuestran que "el 40% de la población joven está en paro, el 30% se encuentra en situación de riesgo de pobreza y exclusión social y el 66% de quienes tienen entre 24 y 39 años ven sus salarios reducidos por la crisis de la covid". Además, la mitad ha experimentado en poco tiempo cómo su jornada laboral iba en disminución.

Los datos son desalentadores y tienen nombre y apellidos; historias reales de hombres y mujeres cansadas, sin visión de futuro y sin la esperanza necesaria para confiar en que algo bueno está por llegar. Los nacidos entre 1981 y 1996 son la generación más descontenta con la democracia, según un estudio del Instituto Bennett de Políticas Públicas de la Universidad de Cambridge, titulado Juventud y satisfacción con la democracia: ¿Cómo revertir la desconexión democrática?
En un contexto como el actual, en el que gana quien grita más alto sus ocurrencias sin argumentos claros, los actos violentos que contemplamos deben ayudarnos a reflexionar y preguntarnos: ¿Cuáles son las expectativas de los jóvenes hoy? ¿Por qué sus protestas se canalizan a través de la violencia? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Una de las pancartas que se ha hecho viral estos días ha sido la del director de cine documental Félix Colomer, en Barcelona, que decía: "Nos habéis enseñado que ser pacíficos es inútil".

El examen de conciencia no es solo para los jóvenes sino para todos los sectores de la sociedad, desde la clase política y sus actuaciones públicas, hasta los medios de comunicación que amplifican el desaliento en aras de la noticiabilidad. Es el tiempo de la honestidad, ineludible en la Cuaresma, y de confrontar nuestra vida con la llamada de Dios a encarnar su Evangelio. La Iglesia siempre condenará la violencia, cualquiera que sea, y defenderá la necesidad de mantener la paz y la concordia en nuestras calles (cardenal Juan José Omella). Ante la situación que vivimos, adquieren más sentido las preguntas retóricas del delegado de Apostolado Seglar de Toledo, el laico Isaac Martín, durante el encuentro virtual organizado para celebrar el primer aniversario del Congreso de Laicos "Pueblo de Dios en Salida": "¿No es más necesario que nunca anunciar a Jesucristo en este momento de incertidumbre a las personas que necesitan de ese apoyo? ¿No es preciso acompañar a los hombres y mujeres en estos momentos para transmitirles el testimonio de fe? ¿No es necesario a través de la formación vincularnos más fuertemente a Jesucristo? Y en el contexto de crisis social y económica que estamos viviendo, ¿no es necesario que nuestra presencia en la vida pública sea aún mayor?".

Es la hora del compromiso real, del debate sereno de argumentos contrarios, sin llegar a la crispación sino al consenso, donde cada uno pierde de lo suyo para ganar todos en bien común. Los católicos tenemos la oportunidad de testimoniar a Jesucristo en la vida concreta del siglo XXI que necesita una luz que propague esperanza.

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