Por segunda vez... ¡Yeyeba!

Me llevé de Malabo ese grito de alegría guineano, ese grito africano, que rebosa felicidad, con el que finalizan las celebraciones importantes: ¡Yeyeba!

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Me llevé de Malabo ese grito de alegría guineano, ese grito africano, que rebosa felicidad, con el que finalizan las celebraciones importantes: ¡Yeyeba! Aunque soy incapaz de decirlo como ellos, con el ímpetu y la fuerza necesarios. Pero con esa alegría volví este verano, en agosto, a la Misión que allí tienen los dominicos, San Martín de Porres, la del padre Roberto Okón.

Por segunda vez... ¡Yeyeba!

 

Ya es un terreno conocido, un poquito, y en cierto modo, vuelves a casa. Se me quedaron cosas allí. Siempre nos dejamos algo. Me encontré con personas conocidas, niños, jóvenes y adultos, y también conocí a otras.  Compruebas cómo se consolidan los proyectos, cómo los sacan adelante las personas comprometidas de la Misión de San Martín de Porres, de la parroquia Santa Maravillas de Jesús. Ahí está el grupo de “Las Martas”, las señoras que se ocupan de que la parroquia esté en orden y que no falte nada. Están todos los días. Y el “Coro Bisila”, que lleva el nombre de la patrona de la isla de Bioko, el coro que canta en misa, y que casi nos levanta de los bancos con su alegre música africana, casi siempre en bubi.

Por segunda vez... ¡Yeyeba!

 

Nuestra tarea volvía a estar en el campamento de verano, en las vacaciones útiles, para algo más de ciento cincuenta niños. Campamento que llevan muy bien los monitores y voluntarios de la parroquia. Un grupo de jóvenes con el que hicimos buena comunidad. Clases de apoyo y actividades complementarias. Los pequeños reclaman atención, quieren que les hagamos caso. “Brazos, brazos”, decían muchos de ellos. En cuanto llegaban, a eso de las ocho y media de la mañana, y nos veían, corrían para que les cogiésemos en brazos. Casi hay que hacerlo por turnos, para que haya para todos. Son muy cariñosos.

Por segunda vez... ¡Yeyeba!

 

En el caso de los mayores, nos resultaban divertidas las clases complementarias, y a veces hasta instructivas. Hay que decir que aprendimos mucho de ellos. En algunos momentos nos sorprendían con sus respuestas. Yo no perdí la ocasión de que hiciesen un periódico y de que buscasen un personaje para entrevistar. Les encanta el micrófono y se ven las dotes de algunos para el Periodismo y la Radio. Les encanta escuchar su voz.

Por segunda vez... ¡Yeyeba!

 

Uno de los momentos más entrañables fue la visita al orfanato de Malabo, un lugar al que tengo mucho cariño, y al que íbamos muchas tardes. Lo llevan religiosas guineanas, las Hijas de María Inmaculada. Les  educan en una gran familia. “Yo tengo muchos hermanos”, dicen orgullosos algunos de ellos, con cuatro o cinco años. Fue maravilloso volver a ver a estos pequeños, y a algunos más que han llegado. Si los niños del campamento de la misión, que tienen familia, quieren estar en brazos, éstos mucho más. Y ellos sí que se turnan para que les cojamos en brazos. “Ahora yo, ahora yo…”. Te emocionan. Pero también lo disfrutas.

Por segunda vez... ¡Yeyeba!

 

Cuando la directora del orfanato, la Hermana Mary Cruz, nos cuenta cómo han llegado algunos de ellos parece que nos está contando una película. Lo vemos como una triste realidad, lo es. Pero también hay que tener en cuenta que el orfanato es otra oportunidad. No tienen padres, pero tienen otra oportunidad en la vida. Y los hay de todas las edades. Algunos, cuando acaban el colegio, siguen colaborando en el orfanato. La mayoría no tienen familia, pero en el orfanato tienen cariño. Las religiosas y las personas que se ocupan de ellos  les dan cariño, además de todo lo que necesitan. Se les ve felices. Son niños.

Hacer voluntariado es una  oportunidad para nosotros. Podemos vivir estas experiencias que tanto emocionan y tanto enriquecen. Por eso, al irme de Malabo, al irme de Guinea Ecuatorial, vuelvo a decir eso de… ¡Yeyeba!

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