Las cinco obras religiosas majestuosas que alberga el Museo del Prado

El museo cumple este 2019 dos siglos de vida 

Redacción Religión

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A falta de apenas tres semanas para que acabe este 2019, el año a nivel cultural ha estado marcado, en parte, por el 200 aniversario del nacimiento del Museo del Prado de Madrid, uno de los más importantes del planeta.

Un templo que desde hace dos siglos reúne las creaciones de grandes genios de la paleta y el pincel como Velázquez, El BoscoEl Greco o Goya (este último el más representado del museo). Singularmente rico en cuadros de maestros europeos de los siglos XVI al XIX, muchos historiadores consideran que se trata del espacio más importante del mundo en pintura europea.

En 2018 visitaron el museo madrileño 3,6 millones de personas. Muchos de los asistentes coinciden a la hora de afirmar que es necesario más de un día para contemplar todas las joyas que atesora el museo.

El arte religioso es uno de los grandes fuertes del Prado. En COPE.es repasamos las obras religiosas más destacadas que te podrás encontrar. Sin duda, unas entradas para visitar el interior podría ser un buen regalo en las fiestas navideñas.

Tríptico del jardín de las delicias (1490-1500)

El Jardín de las delicias es la creación más compleja y enigmática del Bosco. Para Falkenburg, el tema general es el destino de la humanidad. En el tríptico cerrado el Bosco reprodujo en grisalla el tercer día de la Creación del mundo, cuando se separaron las aguas de la tierra y se creó el Paraíso terrenal.

Arriba, a la izquierda, aparece Dios Padre como Creador, según indican dos inscripciones en latín, una en cada tabla: Él mismo lo dijo y todo fue hecho; Él mismo lo ordenó y todo fue creado (Salmos 33, 9 y 148, 5).

En el tríptico abierto, de brillantes colores que contrastan con la grisalla, el pintor incluyó tres escenas que tienen como único denominador común el pecado, que se inicia en el Paraíso del panel izquierdo, con Adán y Eva, y recibe su castigo en el Infierno del panel derecho.

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El panel central muestra un Paraíso engañoso a los sentidos, un falso Paraíso entregado al pecado de la lujuria. Contribuye también a ese engaño el hecho de que esta tabla central parezca una continuación de la del Paraíso terrenal, al utilizar el pintor un paisaje unificado, al que dota de una línea de horizonte muy elevada que favorece el amplio desarrollo de la composición, distribuida en tres planos superpuestos, tanto en estas dos tablas del Paraíso y el Jardín como en la del Infierno.

La Anunciación (1570-1572)

Una de las obras maestras de El Greco, representa el momento en que María acepta los designios divinos transmitidos por el arcángel san Gabriel. Descenderá sobre ti el Espíritu Santo. Quedarás protegida a la sombra del poder del Altísimo. Por eso el Santo de ti engendrado se llamará Hijo de Dios

Se han apuntado varias fuentes para explicar la forma en que El Greco concibió esta representación: obras de Tiziamo como La Anunciación de Santa María degli Angeli o la Santa Catalina de Alejandría. El óleo del Greco mantiene elementos de esas composiciones, destacando sobremanera el fondo escénico, donde se ha representado una monumental arquitectura clásica en perspectiva que están presentes en otros artistas venecianos, y que el cretense incluyó en distintas versiones de La curación del ciego y La expulsión de los mercaderes del templo.

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Otra repetición con respecto a su propia producción en esas mismas fechas es el grupo de ángeles que coronan la escena, que aparecen igualmente en La Adoración de los pastores de la parisina colección Broglio y en la versión del duque de Buccleuch.

Santa Bárbara (1772)

Documentada por dos dibujos preparatorios del Cuaderno italiano que establecen su cronología en el período inmediatamente posterior al viaje de Goya a Italia, del que regresó en 1771, representa a Santa Bárbara, princesa y mártir del siglo III, siendo el cuadro de fecha más temprana del artista en el Museo del Prado.

La iconografía tradicional de la joven está integrada en la composición: su corona de princesa, así como la palma del martirio, la torre del fondo a la derecha donde fue encerrada por su padre, Dióscoro, para hacerla abjurar de su cristianismo y en la que ella abrió tres ventanas como símbolo de su firme creencia en la Trinidad y su muerte, degollada por aquél, alcanzado a continuación por el rayo que terminó con su vida.

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Ha sido desde antiguo patrona de los militares, especialmente de los artilleros, y abogada contra las tormentas y los rayos, así como la santa que, invocada en la hora de la muerte, llegaba prestamente con la comunión. Las influencias evidentes se remontan a la estatuaria clásica y a la pintura del clasicismo romano del siglo XVII.

Adoración de los Reyes Magos (1619)

Es una de las obras maestras de la etapa sevillana de Velázquez, en la que confluyen numerosos contenidos de carácter artístico y biográfico. El hallazgo reciente de un autorretrato de Pacheco permite identificarlo con el rey mago de mayor edad, y avala la teoría de que los tres personajes que aparecen en primer término son el pintor, su esposa Juana Pacheco, con la que se casó en abril de 1618, y su hija Francisca, que había nacido hacía poco. Con ello, el cuadro, además de ser una imagen religiosa, se convertiría en una celebración de la propia familia del pintor, lo que entra dentro de los parámetros admisibles en la cultura religiosa del Siglo de Oro.

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En ese sentido, resultaba muy acorde con sus métodos la idea de Velázquez de fundir el mundo real con el relato histórico. Desde un punto de vista narrativo se trata de una imagen muy simple, sin la complejidad de la que con frecuencia hizo gala su autor. Su tema se reconoce inmediatamente, y está descrito de manera a la vez directa y sencilla, de forma que el espectador identifica sin dificultad la escena y a sus principales protagonistas, y el pintor lo conduce fácilmente hacia el fondo de atención de la misma.

La relación que se establece entre los personajes y su marco resulta muy consecuente con los métodos compositivos de Velázquez en su etapa sevillana, y recuerda también a la de los retablos de escultura. Son cuerpos que llenan casi toda la composición y se disponen en un plano muy próximo lo que se traduce en una mayor intensidad expresiva y les otorga una gran monumentalidad.

Cristo sobre la piedra fría (1496 – 1497)

Es obra de Juan de Flandes, pintor flamenco que trabajó al servicio de Isabel la Católica y a la muerte de la reina en 1504 permaneció realizando su labor en tierras castellanas.

En esta obra el rostro de Cristo muestra los rasgos propios del pintor, materializados con una técnica más libre, con los contornos menos definidos, como las tablitas de la primera serie del Políptico de Isabel la Católica, y más en este caso en que se quería acentuar las huellas de la Pasión.

La escena representa a Cristo sentado, esperando la muerte en el Gólgota, junto a la cruz vacía y las vestiduras de que le han despojado los sayones. Es el tema iconográfico conocido como Cristo sobre la piedra fría (confundido en ocasiones con el Ecce Homo, en el que Cristo está junto a Pilatos a las puertas del Pretorio), más empleado en la escultura que en la pintura, donde casi resulta excepcional.

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Éste es uno de los primeros ejemplos conocidos en pintura, lo que demuestra una vez más la originalidad de su autor al traducir los temas sacros. Juan de Flandes presenta a Cristo totalmente desnudo, sin perizonium, supliendo su función con la posición de las piernas y las manos, particularmente la izquierda, con el dorso sobre el muslo y los dedos encogidos. El modo en que muestra a Cristo, con las manos atadas, la cuerda rodeándole el cuello, la corona de espinas, el rostro sumido en sus pensamientos con expresión atormentada y el cuerpo en tensión esperando la hora de la muerte para que se consume la Redención, convierten esta obra en una imagen de devoción.

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