Religión

José Luis Restán

Director Editorial COPE

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Sencillez y vértigo de la misión

Francisco ha hablado de "proselitismo" en su viaje a Marruecos: un reclutamiento mecánico que no casa con lo que es el amor de una vida cambiada por Jesús

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Durante su visita a Marruecos el Papa ha invocado las figuras de San Francisco de Asís, que fue a encontrar al sultán Al-Malik en plena cruzada, el beato Charles de Foucauld, que vivió imitando en todo a Jesús y adorándolo en la Eucaristía en medio del pueblo musulmán, y a los mártires que eligieron permanecer junto a ese mismo pueblo a pesar del riesgo que corrían. No podremos decir que, unos y otros, no encarnaron la misión cristiana en toda su amplitud y profundidad.

Francisco ha insistido en que los caminos de la misión cristiana no pasan por el “proselitismo” sino por el testimonio de una vida cambiada por Jesús, una vida que genera estupor, compasión y transformación en cualquier lugar en que nos encontremos. Es una misión que debe llevarse a cabo con humildad de corazón, amor ferviente y desinteresado, sin cálculos, respetando la libertad de las personas. Importa mucho aclarar lo que esto significa porque existe una reticencia más o menos declarada cuando Francisco rechaza con contundencia el proselitismo. Y conste que se trata de una de las referencias de su predicación que más entroncan con la de Benedicto XVI.

Para entenderlo bien hemos de detenernos en otro momento del encuentro del Papa con los sacerdotes y consagrados en la catedral de Rabat, aquel en que recuerda que “cristiano no es el que se adhiere a una doctrina, a un templo o a un grupo étnico”Ser cristiano es haber sido amados y encontrados, pero no gracias al “proselitismo”, insiste de nuevo Francisco. Y no es por hacer de la necesidad virtud, habida cuenta del contexto cultural marroquí. La situación de los cristianos en Marruecos es eficaz para ilustrar lo que el Papa quiere decir, pero eso que nos comunica, como forma y corazón de la misión, vale exactamente igual en cualquier lugar de la tierra. Para todo lugar sirve la afirmación neta de Francisco: “nuestro problema no es que seamos pocos, sino que seamos insignificantes”.

“Proselitismo” indica (tanto en la enseñanza de Francisco como en la de Benedicto) una especie de reclutamiento mecánico, un anuncio que no pasa a través de la vida real con sus preocupaciones, necesidades y deseos, una estrategia que no acepta el riesgo de la libertad del otro, que trata de captarle pero que no daría sencillamente la vida por él, tal como es. Con frecuencia se nos olvida que no somos nosotros los que debemos convertir a los demás, como si les aplicáramos una terapia de choque. El objeto de la misión no es engrosar las filas de una institución sino suscitar la conmoción por la presencia de algo radicalmente nuevo, de un amor que desarma, que cura y sostiene la esperanza.

La misión no tiene otro deseo que el de hacer visible la presencia y el amor de Cristo, con la certeza de que Él es el único que puede responder hasta el fondo a los deseos de un corazón humano. Es esa presencia la que puede suscitar la pregunta y el atractivo en los que nos rodean; después será su libertad y la gracia de Dios las que hagan el resto, según tiempos y formas que afortunadamente no dependen de nuestros planes. Como dijo el Papa en Rabat, “¡qué hermoso es saber que, en los distintos rincones de la tierra, en vuestras voces (las de cada cristiano que vive de la relación con Cristo) la creación implora y sigue diciendo “Padre Nuestro”.

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