La historia de Segundo Llorente, el misionero leonés que se convirtió en representante de los Inuit ante EEUU

El Papa Francisco pasará las últimas horas de su viaje a Canadá en la tierra donde un jesuita de León llegó a ser elegido como cofundador del estado de Alaska

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El Papa Francisco pasará las últimas horas de su viaje al Canadá en Iqaluit, la capital del inmenso territorio de Nunavik, muy cercano al Polo Norte. La mayor parte de sus habitantes son inuit, una población pequeña y aislada, adaptada al ambiente extremo del Ártico. Lo que muchos desconocen es que un misionero jesuita de León, Segundo Llorente, convivió junto a ellos 40 años.

Y llegó a ser tan querido que lo escogieron como cofundador del estado de Alaska. Se convirtió por lo tanto en el primer sacerdote católico en formar parte de una legislatura norteamericana. A su muerte fue enterrado en un cementerio indio, donde solo pueden ser enterrados nativos indígenas americanos. Una decisión adoptada por unanimidad por los propios inuit, que siempre lo consideraron uno más.

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La tarea más heroica en la Iglesia

El Padre Llorente nació en una familia de agricultores del pueblo leonés de Mansilla Mayor el 18 de noviembre de 1906. Allí, una calle y una placa colocada en la fachada de su casa natal le recuerda con orgullo. Si hay algo que tuvo muy claro desde que decidió hacerse sacerdote era ser misionero. En 1919 ingresó en el Seminario de León y cuando en 1923 optó por ser jesuita ya le rondaba por la cabeza la idea de trabajar en Alaska, un deseo que expuso a sus superiores desde el noviciado. En esa época, el Papa Pío XI había escrito que la misión en Alaska “era la tarea más heroica en la Iglesia”. El arrojo de su juventud y su firme vocación le reforzaron en la idea de que era allí donde debía ejercer su ministerio.

En 1926 concluyó sus estudios de Humanidades en Salamanca y entre 1927 y 1930 estudió Filosofía en Granada. Con la vista puesta en Alaska, a los 23 años, sin saber una palabra en inglés llegó a los Estados Unidos para estudiar Teología y se incorporó a la Provincia Jesuítica de Oregón. El 24 de junio de 1934 fue ordenado sacerdote y le faltó tiempo para poner destino a uno de los lugares más despoblados del mundo: Alaska.

Antes de su partida los superiores quisieron asegurarse de que tenía suficiente salud para aguantar la vida en un lugar tan duro, donde las temperaturas pueden bajar hasta más de 50 grados bajo cero. Los exámenes médicos confirmaron que reunía las cualidades físicas para resistir esas temperaturas extremas tal como el mismo relata en alguno de sus libros: “Por la mañana salgo de las mantas como oso de la madriguera. Enciendo una vela y me calzo las botas de piel de foca llenas de hierba seca para que los pies estén bien mullidos y no se enfríen más de lo razonable. Enciendo la estufa y, si se heló el agua, derrito el hielo y me lavo. Abro la puerta, doy dos pasos y ya estoy delante del altar...”.

Cuarenta años junto a los pueblos indígenas de Alaska

Aunque para muchos Segundo Llorente es conocido como el misionero de los esquimales, hace tiempo que nos referimos a ellos como los inuit, el nombre común con el que se designa a los distintos pueblos que habitan las regiones árticas de América del Norte. El motivo no es otro que la palabra “esquimal” resulta despreciativa para ellos ya que en alguna de sus lenguas significa “comedores de carne cruda”.

El P. Llorente no fue el primer misionero en pisar aquellas tierras. Muchos otros lo habían precedido, pero lo que si es cierto es que consiguió ganarse el cariño y la confianza de varias generaciones de los indígenas que habitaron la zona cercana al océano ártico.

Durante los cuarenta años que residió en Alaska, Segundo Llorente sólo regresó a España por una corta temporada en 1963, cuando fue nombrado Hijo Predilecto de su pueblo, pero a lo largo de los años mantuvo una fluida correspondencia con amigos y familiares. También colaboraba con la revista “El Siglo de las Misiones”, donde publicaba sus reflexiones y crónicas sobre la vida entre los inuit. En uno de sus doce libros escribía: “El sacerdote extranjero tiene que amar con toda su alma a la nación que le toque en suerte (…).Si se ama, todo lo demás se da por añadidura: asientan bien las comidas, gusta el clima, la gente parece buena y simpática, las costumbres no chocan tanto, se traba amistad más fácilmente, no se hacen comparaciones odiosas con la madre patria, luce el sol, Dios es bueno y la vida se desliza placenteramente”,

Cuando el P. Llorente llegó a Alaska se adaptó de forma extraordinaria a las condiciones extremas de su nueva vida y rápidamente se hizo amigo de los lugareños, asumiendo sus mismas costumbres: “Como salmón reseco a dentelladas y grasa de foca, visto pieles de nutria, castores o lobo”. No fue todo fácil, sufrió en soledad varias enfermedades y era muy habitual que los indígenas le infectaran de piojos. En los días de más frío no se podía salir del iglú. Pero la soledad no le asustaba, le servía para encontrarse con Dios y pasaba horas rezando ante el Sagrario.

No fue una tarea sencilla

Hablar de Jesús a los indígenas no fue una tarea sencilla, pero poco a poco consiguió impartirles catequesis: “Estuve cuarenta años enseñando a los esquimales a hacer la señal de la cruz. Y con eso me doy por contento”. Ellos a cambio le trasmitían sus experiencias para sobrevivir entre el hielo, o por ejemplo, como tratar a los perros para que fueran sus aliados en las largas distancias. De hecho, en una ocasión fueron sus perros quienes lo salvaron de morir congelado.

En 1938 Segundo Llorente fue destinado de manera definitiva a Kotzebue, en el norte de Alaska, y en 1941 fue nombrado superior de Akularak. En 1960, por votación de la comunidad esquimal fue elegido representante por dos años, para el Parlamento de Alaska. En 1975, después de más de 40 años en Alaska, fue destinado a Moses Lake, en el estado norteamericano de Washington para ayudar a la creciente población hispana.

El primer sacerdote católico en formar parte de una legislatura norteamericana.

El P. Segundo se identificó de tal manera con los esquimales que, cuando el Estado de Alaska consiguió la independencia, los esquimales quisieron que Segundo Llorente fuera su representante. Alaska se constituyó en 1958 en el Estado número 49 de los Estados Unidos bajo la presidencia de Eisenhower. Ante una petición tan poco habitual para un misionero, consultó a sus superiores, que le pidieron no renunciar, porque se trataba de la primera vez en la que votaban los esquimales y su negativa podría darles un mal ejemplo. Le animaron a que lo afrontara como una nueva forma de servir y no como un honor. Desde entonces se convirtió en el primer sacerdote católico elegido para una legislatura norteamericana con voz y voto. Con el dinero que percibió con este cargo como político, construyó una nueva iglesia en la aldea principal, Alakanuk.

No fue esta su única condecoración. Cuando Alaska se enriqueció por el petróleo, se decidió rendir un homenaje a los blancos que habían trabajado tanto tiempo sobre el terreno inhóspito para conseguirlo. Se creó el “Club de los fundadores de Alaska”. Los miembros tenían que cumplir una condición: ser blanco y llevar treinta años de servicio en Alaska. Segundo Llorente fue elegido presidente por unanimidad.

Enterrado en un cementerio inuit

En el año 1981 se trasladó a Pocatello, en el estado de Idaho y a los 82 años le fue diagnosticado un cáncer de garganta. Falleció el 26 de enero de 1989 en Spokane, Washington. Sus restos mortales fueron enterrados el día 30 de enero en Desmet, una reserva india atendida por los jesuitas. En ese pequeño cementerio solo pueden ser enterrados nativos indígenas americanos, pero ellos quisieron que reposara entre ellos. El epitafio de su tumba resume su vida: “En vida y en muerte con aquellos que amamos”.

Desde el año 2000, católicos de este estado norteamericano recogen testimonios para impulsar la causa de beatificación del Padre Segundo Llorente. A día de hoy, el proceso continúa los trámites canónicos requeridos.


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