Sor Ángeles López, misionera en Mozambique: Solo quería que me mataran de un tiro, y no con catana

La religiosa leonesa se recupera en España tras sobrevivir al ataque perpetrado a la misión de Chipene, donde fue asesinada la italiana María de Coppi

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«No tengo que perdonarlos, porque yo nunca los condené; ellos son mandados, son pobrecita gente, drogados, de este lugar que los mandan a hacer eso, pero que no son culpables por nada. Si no hacen eso, los matan a ellos». Quien así se expresa es una misionera que está viva de puro milagro: Ángeles López, religiosa Comboniana.

Sor Ángeles, de 82 años, trabajaba en la misión de Chipene, que ella misma fundó hace justo medio siglo, cuando el pasado 6 de septiembre, de madrugada, el puesto misionero fue asaltado por islamistas armados. En el ataque fue asesinada de un disparo en la cabeza su compañera María de Coppi, italiana, Comboniana también.

Ya en España, donde se recupera del horror vivido, sor Ángeles ha relatado a las Obras Misionales Pontificias Españolas cómo fueron esas horas eternas en las que perdió a su compañera y amiga y se perdió el trabajo de toda una vida, pues los atacantes incendiaron las dos residencias de estudiantes, la escuela, el centro de salud y la iglesia, quedando todo reducido a cenizas.



Ángeles López y su compañera María de Coppi estuvieron juntas hasta dos minutos antes del ataque, cuando cada una se retiró a su habitación. Poco antes, esta última le había dicho que presentía que algo malo iba a ocurrir, pero ella le quitó hierro al asunto recordándole que ya habían vivido una guerra.

Los temores de María, sin embargo, eran más que fundados. Esa misma tarde los misioneros habían enviado a los niños a sus casas porque no muy lejos de allí habían sido asaltadas ya algunas aldeas. Un grupo de niñas, sin embargo, se habían tenido que quedar porque vivían muy lejos. Y para que no durmieran solas, una tercera religiosa se fue a pasar la noche con ellas.

«Sentí un disparo grandísimo», relata sor Ángeles. «Entonces salté de la cama para avisar a María de que habían llegado. Al abrir la puerta continuaron disparando, dieron como cinco tiros. Me agarré a la pared lo que pude y cogí la manilla para decirle “María, María, están aquí”. Pero cuando fue a ver, María ya estaba en el suelo».

La religiosa leonesa intentó huir por la parte de atrás, pero fue apresada por otros asaltantes, que la llevaron afuera y empezaron a incendiar las habitaciones. Conmocionada, les suplicó que sacaran a su compañera, para que no se quemara su cuerpo. «Lo arrastraron por los brazos y lo tiraron fuera, a la tierra», señala.

Retenida durante una hora eterna

En ese momento, la hermana Ángeles pensó en correr a la residencia a avisar a la otra religiosa, italiana también, que se había quedado con las niñas que no habían podido marchar a sus casas. Pero no se presentó la oportunidad. Lo cual, señala, resultó «providencial», porque habrían descubierto a las chicas.

Pasó cerca de una hora —una hora eterna— a las puertas de la iglesia, mientras quemaban el templo. «En ese tiempo yo solo pensaban que me iban a matar», afirma. Y añade que deseaba que la mataran de un tiro, y no con catana, pues, como enfermera, en la guerra había tenido que suturar a heridos de machete, muchas veces sin anestesia.

Pero no. En un momento dado, le dijeron que estaba «libre» y que al día siguiente se fuera, que no querían su religión, sino el islam. Ella, en ese momento, fue corriendo a buscar a la otra hermana y a las niñas, y todas huyeron corriendo al bosque. «Tuvimos unos siete u ocho minutos, que fue lo que Dios nos dio, porque ellos ya estaban regresando en grupos a continuar su trabajo de quemar», rememora.

La huida, sin embargo, no fue fácil. Sor Ángeles, que tiene 82 años, se quedaba atrás, perdía las zapatillas, se caía… El bosque, además, era muy denso. Así que pidió a las niñas que avanzaran sin ella. Lo hicieron todas menos una niña, que se quedó con ella para ayudarla e indicarle de dónde venían los ruidos, pues no llevaba los audífonos y no escuchaba bien. «Esa niña se quedó toda la noche conmigo, ahí cogiditas las dos, como dos gatitos».

Al amanecer, cuando ya no había ruidos, regresó. Iba con miedo, pues temía encontrar muertos a los sacerdotes de la misión, de los que no sabía nada. Pero afortunadamente los encontró vivos, en un edificio que aún ardía y del que lograron salir antes de que se derrumbase el tejado. Luego llegó ya la policía. «Han destruido todo, todo, todo», se lamenta, Y recuerda la tristeza que la afligía al ver cómo ardían las latas de leche en polvo con las que alimentaban a unos 150 niños desnutridos.

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«Si estoy bien, regreso en enero»

«¿Merece la pena?», le pregunta OMP. Responde sor Ángeles: «Hoy que estoy más tranquila siento que merece la pena. Y si estoy bien, en enero regreso. Tengo billete de ida y vuelta».

Su destino, no obstante, es difícil que sea Chipene: va a ser muy difícil recuperar la misión que, además, es la más cercana a la provincia de Cabo Delgado, sumida desde hace cinco años en una guerra cruel que ahora avanza hacia Nampula.

Sor Ángeles asegura que no tiene miedo, que ha podido suportar lo vivido gracias a su fe —«en aquel momento tuve una fuerte ayuda del Señor, estaba bastante serena»— y que ahora se siente más fuerte. Y aprovecha para decir a los jóvenes que «merece la pena gastar una vida por la misión». «Hay muchas personas que nos esperan con sed de saber, con sed de conocer a Dios».


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