'El síndrome K', el falso virus contagioso que salvó a decenas de judíos en el hospital de la Isla Tiberina

Los frailes de la Orden de San Juan de Dios ocultaron en este centro de Roma a varias decenas de judíos inventándose un virus contagioso para impedir que los nazis los detuvieran

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En octubre de 1943 las tropas alemanas se habían apoderado de Roma y en la madrugada del 16 de octubre las SS detuvieron a 1024 judíos –familias enteras, ancianos, mujeres, niños- en el gueto de Roma. La orden era clara: entrar casa por casa evitando detener a quienes circulaban por la calle puesto que en esos momentos Italia era “aliada” del nazismo. Se les metió a la fuerza en trenes camino de los campos de exterminio de Auswitz-Birkenau. De todos ellos sólo consiguieron regresar a Roma dieciséis.

En los días previos a esta redada, el jefe de la policía alemana responsable de Roma, Herbert Kappler había recibido un contundente telegrama del propio Heinrich Himmler, el todopoderoso jefe de las tropas SS: “Los judíos del país deben ser inmediatamente eliminados. Posponer la operación supondría permitir a los judíos, que están al corriente de nuestras operaciones, esconderse en la casa de los italianos”. Las órdenes de Berlín estipulaban que de los 14.000 judíos que vivían por entonces en la ciudad -no solo en el gueto-, unos 8.000 debían ser deportados a los campos de concentración, una cifra muy alejada de los 1024 que consiguieron apresar.

En septiembre de 1943, los nazis prometieron a la comunidad judía de la ciudad su seguridad a cambio de 50 kilos de oro. Con infinita dificultad y con la colaboración de cientos de romanos y de parroquias, incluso del propio Papa Pio XII, que entregó 15 kilos de oro consiguieron reunir la cifra, que no sirvió de nada, porque semanas después el gueto fue asaltado por los nazis, ante el horror de la mayor parte de la población de Roma.

El gueto judío de Roma se encuentra a escasos metros de la Isla Tiberina donde desde el siglo XVI la orden hospitalaria española de los Hermanos de San Juan de Dios había levantado el hospital conocido popularmente con el nombre “Fatebenefratelli", (“Haced el bien, hermanos”), cuyo origen se encuentra envuelto en la leyenda. En el siglo XVI, después de años de abandono un reducido número de Hermanos comenzó a curar a los pobres hasta que con el paso del tiempo se llegó a convertir en un hospital de referencia.

El hospital “Fatebenefratelli”, refugio para los judíos que huyeron de la redada de Roma

Roma era también la sede de una de las comunidades judías más antiguas y populosas de Italia, concentrada en su mayoría en la zona conocida como el gueto, justo enfrente de la isla Tiberina.

Desde las ventanas del “Fatebenefratelli” se descubre perfectamente la Sinagoga. Tan sólo es necesario cruzar un puente de piedra. En cuanto los frailes fueron conscientes de lo que estaba sucediendo comenzaron a ocultar a los que huían aprovechando la confusión. Los primeros rescatados fueron un grupo de ancianos judíos alojados en una residencia que la Comunidad Hebraica de Roma tenía en la misma Isla Tiberina. Rápidamente los frailes sacaron fuera las ambulancias para recoger a quienes pudieran estar en peligro, siendo muy conscientes de que si eran descubiertos serían fusilados.

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De forma inmediata pusieron en conocimiento de la Santa Sede y del Papa Pio XII la redada contra los judíos que se estaba produciendo. El Papa ordenó que se les acogiera en iglesias y conventos y consiguió que las detenciones se interrumpieran antes de lo previsto, lo que evitó que fueran deportados muchos más judíos.

Sánchez Adalid ha realizado un ingente trabajo documental en distintos archivos cotejando distintas investigaciones, por lo que puede confirmar que la mayoría de los judíos de Roma fueron salvados por la Iglesia Católica: 4.205 encontraron refugio en 235 monasterios romanos, y 160 lo hicieron en el Vaticano. También hay constatación documental de que Pio XII consiguió la liberación de 249 judíos detenidos entre el 16 y 18 de octubre de 1943 y que 30 eruditos judíos continuaron investigando en la Biblioteca Vaticana tras ser despojados de sus cargos. Existen numerosas cartas que demuestran hasta que punto la diplomacia vaticana trabajó para facilitar documentos, ocultar, alimentar y rescatar a numerosos judíos.

El “Síndrome K”

El padre Ángel López, hermano de San Juan de Dios y último director del centro médico era consciente de que esta fantástica historia se había contado tan sólo desde el punto de vista de parte de los protagonistas, dejando de lado la intervención decisiva de los frailes de San Juan de Dios, por lo que se puso en contacto con Sánchez Adalid para ofrecerle todos los detalles en los que se descubre la valentía de los frailes que se encontraban al frente de la comunidad en aquel momento.

Con la ayuda de dos médicos católicos, Giovanni Borromeo y Adriano Ossicini, quienes habían contratado a un joven médico judío que había perdido su trabajo por las leyes raciales, los frailes idearon una increíble estratagema para ocultar a los judíos, familias enteras, a las que habían dado refugio. Crearon una sala de enfermedades infecciosas donde supuestamente permanecían aislados pacientes que sufrían el “Síndrome K”, un virus muy contagioso, neurologicamente degenerativo y mortal, que además dejaba gravisimas secuelas.

La idea era extremamente ingeniosa: nadie tendría acceso a aquella sala excepto el propio Dr. Borromeo y una enfermera. Existían informes médicos que relataban la evolución de la enfermedad y nadie entraba sin tomar las medidas de precaución establecidas. Si alguno se acercaba los pacientes tosían con frecuencia para simular una enfermedad peligrosa.

Detrás de la letra “K” que da nombre la Síndrome hay una gran ironía, porque hace alusión a las dos “bestias negras” encargadas de la aniquilación de los judíos de Roma, cuyos apellidos comenzaban curiosamente con la letra “K”. Se trataban de Herbert Kappler y Albert Kesserling.

Con esta artimaña consiguieron aterrorizar a los agentes de la Gestapo y de las SS que acudieron en varias ocasiones a registrar el hospital, y aunque llegaron a saber que se trataba de judíos, razonaban que no valía la pena correr riesgos si finalmente estaban destinados a morir.

Médicos y frailes de la comunidad, con el soporte de la Santa Sede consiguieron pasaportes para los hombres, que les permitieron circular libremente y les buscaron alojamiento en conventos y monasterios, mientras que en la “Sala Assunta” del hospital, falsamente aislados por su contagiosa enfermedad, permanecían ancianos, mujeres y niños.

Uno de los mayores escondites de los Fatebenefratelli estaba bajo la trampilla de las cloacas, muy cerca del altar de la Sala Assunta. La trampilla estaba cubierta con una alfombra y sólo se abría para llevar alimentos a unas diez personas que se habían refugiado allí. Por decisión de los frailes se llegó a instalar incluso una radio clandestina, la Radio Victoria, que fue de gran ayuda para poner en contacto a la resistencia con las tropas aliadas.

Los frailes de la orden de San Juan de Dios no solo salvaron judíos, también dieron protección a partisanos, antifascistas y miembros del gobierno clandestino italiano.

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