Esto es lo que pide el Papa a los embajadores de la Santa Sede

España fue la primera embajada en abrirse en el Vaticano, en el año 1482

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Son 183 estados los que mantienen actualmente relaciones diplomáticas con la Santa Sede. A estos hay que añadir la Unión Europea y la Orden Soberana y Militar de Malta. Hay 87 embajadas permanentes ante la Santa Sede con sede en Roma, incluidas las de la Unión Europea y la Soberana Orden Militar de Malta, las oficinas de la Liga de los Estados Árabes, la Organización Internacional para las Migraciones y el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados.

En palabras del Papa Francisco dirigidas a los diplomáticos ante la Santa Sede con los que se reunió el pasado 10 de enero, el objetivo de la diplomacia es «ayudar a dejar a un lado los desacuerdos de la convivencia humana, favorecer la concordia y experimentar cómo, cuando superamos las arenas movedizas de los conflictos, podemos redescubrir el sentido de la profunda unidad de la realidad».

Francisco reiteró que el diálogo y la cooperación entre los pueblos son pasos en un camino ineludible, si de verdad queremos preparar un futuro de esperanza para las nuevas generaciones. “No debemos tener miedo”, dijo en un pasaje clave de su discurso, “de dar cabida a la paz en nuestras vidas cultivando el diálogo y la fraternidad entre nosotros”. Un espacio que – como muestra dramáticamente la pandemia, otro tema central en su audiencia a los embajadores acreditados ante la Santa Sede – necesita una visión integral y no fragmentada.

Los movimientos diplomáticos en la “era Francisco”

No en pocas ocasiones a los hilos de la diplomacia vaticana ha sido imposible atribuirle algo en concreto, pero ha resultado indudable que, sin su intervención, nada hubiera sido posible. Algunos historiadores son más dados a señalar el origen de este mecanismo diplomático ya incluso en el siglo IV cuando el Papa enviaba emisarios para representarlo en los concilios ecuménicos.

Uno de los primeros movimientos internacionales que se conocieron de Francisco fue una vigilia de oración por la paz en Siria programada en septiembre de 2013. A este acto religioso le acompañó otro, político, en forma de carta. Sobre Siria se cernía un bombardeo capitaneado por EE.UU. contra posiciones de Al-Assad, un ataque que probablemente se hubiera traducido en una carnicería y que enfrentaba directamente a Obama con Putin. El Papa decidió escribir al presidente de la Federación Rusa, anfitrión de la cumbre del G20, para pedir que los líderes del G20 ayudaran a «encontrar caminos para superar las divisiones» y abandonaran «cualquier vana pretensión de una solución militar».

No sabemos si las palabras de Francisco calaron en el ánimo de los mandatarios, pero ataque no se produjo. Por aquel entonces se estaría ya gestando probablemente un hito de la diplomacia vaticana que se llevó con una discreción tal que ni siquiera funcionarios vaticanos de alto nivel conocían de la mediación de la Santa Sede. El 17 de diciembre de 2014, simultáneamente, Raúl Castro y Barack Obama en sendas declaraciones públicas anunciaban el deshielo en las relaciones entre Cuba y EE.UU. después de 50 años. Ambos agradecían su mediación a la diplomacia vaticana y al Papa Francisco.

Muy recientemente hemos sido testigos de algunos movimientos, o más bien la ausencia de ellos, que dan cuenta de lo complicado que es pronunciarse sobre algunas situaciones, especialmente, cuando están en juego la vida de las personas. En agosto de 2021, a muchos sorprendió que, ante la catástrofe humanitaria televisada que veíamos en Afganistán, el Santo Padre no interviniera cada domingo para apelar a la Comunidad Internacional.

Lo cierto es que el silencio del Papa durante varios días coincidió con al menos dos delicadas operaciones de evacuación de cristianos a Italia. En ese momento, las autoridades italianas consiguieron evacuar al italiano Giovanni Scalese, misionero barnabita y párroco de la única parroquia católica de Afganistán, la de la embajada italiana, y a cinco Misioneras de la Caridad que gestionaban un orfanato y asistían a unas 300 familias pobres. Tanto el sacerdote como las religiosas pudieron abandonar el país con los 14 niños con discapacidad del orfanato. Al mismo tiempo, una familia cristiana permanecía escondida intentando llegar hasta el aeropuerto. Habían sido descubiertos por un vecino que había oído cómo escuchaban en casa un vídeo con la misa. Un afgano residente en Italia, Alì Ehsani, en permanente contacto con la familia, movió todos los hilos hasta que fue posible sacarlos de Kabul gracias a la mediación de la Secretaría de Estado vaticana que consiguió que el ejército italiano los evacuara.


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