Monjas que fabrican mascarillas o capellanes al pie del cañón: cinco imágenes que dejó el confinamiento

Cuando se cumplen dos años desde que se decretase el Estado de Alarma para evitar la propagación de la covid-19, recordamos algunas iniciativas en la vida de la Iglesia

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El 14 de marzo de 2020, la vida de los españoles dio un giro de 180 grados, después de que el Gobierno de Pedro Sánchez decretara el Estado de Alarmaque conllevaba el confinamiento domiciliario para evitar la propagación de la covid-19,que tantas vidas ha costado en las seis olas que hemos padecido desde entonces.

Una vez que la pandemia quedó declarada, los efectos sanitarios, económicos y sociales no tardaron en llegar y, con ello, una ola de solidaridad para paliar las necesidades de millones de familias. La Iglesia, como no podía ser menos, estuvo al pie del cañón desde el principio con multitud de iniciativas que, en muchos casos, hoy continúan. En Ecclesia repasamos algunas de esas iniciativas que surgieron al inicio de la pandemia.

Las monjas de clausura de A Coruña elaboran mascarillas

Muchos conventos se vieron obligados a abandonar sus actividades económicas habituales, como la elaboración de dulces, para destinar sus esfuerzos a la fabricación de mascarillas, que durante el confinamiento y primeras semanas de pandemia escaseaban incluso para el personal sanitario.

Uno de los conventos que se pusieron manos a la obra en esta tarea fueron las Carmelitas y las Clarisas de A Coruña, cuyas monjas de clausura incorporaron en marzo de 2020 la elaboración de mascarillas a su agenda de letanías y oraciones diarias que, dedicaban a los afectados por la covid-19.

En menos de una semana, lograron entregar casi 300 unidades, que distribuyeron por varias residencias de la ciudad gracias a Cáritas.Se repartieron en paquetes de cinco, plastificados, con una etiqueta que indica que son reutilizables después de meterlas en la lavadora a 60º.

El vídeo de las Hermanas de Fuente de Cantos (Badajoz) que cautivaron a todos

Las Carmelitas Descalzas de Fuente de Cantos (Badajoz) se dedican habitualmente al bordado de ropa de bebés y ornamentos litúrgicos, además de a la oración y a la vida en comunidad. Sin embargo, a causa de la grave situación que atravesaba España en marzo de 2020, estas religiosas de clausura paralizaron todos sus trabajos de costura para ponerse a fabricar a mano las por entonces necesarias mascarillas.

"Estábamos preocupadas por la gente al saber que no se vendían en ninguna parte del pueblo", explicaba la hermana Rosario. "Nosotras sí teníamos dos o tres mascarillas, pero se las habíamos dado al sacerdote al saber que tenía que ir al cementerio a rezar un responso. Por la noche, pensamos que sería bueno, ante la escasez de mascarillas, intentar fabricar algunas con la tela que teníamos para el bordado".



El resultado de la primera mascarilla que hicieron no fue el esperado y le pidieron a una a la enfermera del pueblo que les enseñaran para poder reproducirlas. "Nos mandó una, la pudimos copiar y al día siguiente, cuando vino la enfermera, se la regalamos". La mascarilla le terminó llegando a la alcaldesa, que por la noche llamó al convento para "darnos las gracias y para pedirnos si podíamos hacer más para el pueblo, que en el centro de mayores necesitaban bastantes", explicaba la religiosa.

La iniciativa fue tan exitosa que trascendió los límites del pueblo "y nos han pedido las instrucciones para fabricar mascarillas otros conventos, parroquias y también enfermeras y médicos".

El testimonio de un capellán que acompañaba enfermos desde el inicio de la covid-19

Los hospitales de Madrid se vieron colapsados en la primera ola de la pandemia como consecuencia del aumento de los contagios, por lo que el servicio de capellanía se vieron muy afectados debido a las restricciones en la entrada de voluntarios en los centros sanitarios, especialmente durante el confinamiento.

Pese a todo, lograron acceder a las habitaciones para acompañar a los enfermos, así como administrarles los sacramentos de la Confesión, la Unción y la Eucaristía. Entre ellos se encontraba el Padre Francisco, capellán en uno de los hospitales más grandes de Madrid. Confesaba que nunca había vivido algo así: "Hay caos en los hospitales. Me conozco cada pasillo y no había vivido nunca una situación así”.

“Tenemos que usar el kit de aislamiento para entrar en las habitaciones y muchas veces en los pacientes percibo una sensación de preocupación”, relataba hace dos años.

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Francisco apuntaba que la situación “lo estoy viviendo con mucha paz y serenidad dentro de lo que puede ser en un momento de mucha tristeza. Intento transmitir mi mejor versión a los pacientes. Eso sí, nunca había vivido algo así, es difícil ver cómo el coronavirus afecta tanto a enfermos como a personal sanitario y a los administrativos del hospital”.

La tarea de los capellanes con los presos en periodo de confinamiento

Los presos fueron uno de los colectivos más castigados durante el estado de alarma decretado el 14 de marzo de 2020 para evitar la propagación del coronavirus. Lo sabía bien el Padre Javier Sánchez González, capellán del Centro Penitenciario Madrid IV Navalcarnero en Madrid.

Ante la imposibilidad de acceder a los centros penitenciarios debido a las restricciones, una de las iniciativas que se impulsaron en la prisión madrileña son las cartas de ánimo que los voluntarios escribían a los encarcelados con los que mantenían mayor vínculo: "Los chavales nos responden con cartas muy bonitas".

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Una de esas misivas, explicaba el capellán, dio lugar a una iniciativa que comenzó en Semana Santa: "La idea era que todos estuviésemos en comunión. Para ello, preparamos un material en folios de cara al Jueves, Viernes y Sábado Santo a las once de la mañana por el cual, cada voluntario desde sus casas y los presos desde sus celdas o en el patio, estábamos con el papel en mano rezando juntos".

Los voluntarios jóvenes cogieron el testigo en Cáritas La Rioja para ayudar a los necesitados

Cáritas ha permanecido al pie del cañón desde el inicio de la pandemia en toda España. Pese al confinamiento, su servicio a los colectivos más vulnerables de la sociedad continuaron adelante. Por ejemplo en La Rioja, donde las jóvenes voluntarias Sara Narro y Anne Gonzalo prepararon los lotes de alimentos para entregar a las familias más necesitadas. Ambas tomaron el relevo de los voluntarios de mayor edad que normalmente hacen esta tarea en Cáritas, para evitar exponerles al virus, tan letal entre los mayores.

Anne tenía en marzo de 2020 21 años y estudiaba Ciencias de los Alimentos. Insistía en que nadie se puede quedar atrás: "Ahora más que nunca debemos formar una familia, aportando cada uno su granito de arena", explicaba. Por su parte Sara Narro, también de 21 años, estudia Trabajo Social.

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Los lotes se preparaban en el centro de reparto de alimentos, que Cáritas tiene en el barrio de La Estrella. Un centro cerrado al público por seguridad aquellos días. Los alimentos se repartieron en función de su necesidad. Atendían a las familias habituales pero también a otras que se sumaron como consecuencia de la crisis. Familias que sufrieron con mayor intensidad la adversidad y a las que Cáritas La Rioja no quiso soltar la mano.

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