Los jóvenes "ya no son los de siempre"

El sacerdote jesuita Antonio Bohórquez profundiza sobre los jóvenes en ECCLESIA y lanza la pregunta clave: ¿Seremos capaces de acompañar hoy a los jóvenes al pozo que no se agota?

Antonio Bohórquez

Tiempo de lectura: 7’

Sonde las pobladas Madrid o Barcelona o de ciudades que, como Ávila, tristemente vamos conociendo como parte de «la España vaciada». De lugares donde la tradición católica se deja sentir vivamente en sus calles como Sevilla o territorios y enclaves que en otro tiempo fueron fuente de vocaciones al sacerdocio y la vida religiosa y recientemente han sido fuertemente golpeados por la secularización como Bilbao.

Educados por sus familias de manera natural en la Iglesia o buscadores que han descubierto por sí mismos y con la ayuda del Espíritu a la comunidad de seguidores de Jesús. Pertenecientes a nuevos movimientos o formados en centros educativos de congregaciones religiosas. Religiosos y laicos; sacerdotes recientemente ordenados y madres de familia que acumulan experiencia…

Son jóvenes que celebran las diferencias porque son conscientes de que bien llevadas sirven para el enriquecimiento mutuo. Viven agradecidos no solo por formar parte, sino ante todo y principalmente por ser Iglesia.

La reflexión o las preguntas acerca de los jóvenes y la Iglesia es una cuestión recurrente. Un tema del que mucho se habla o se escribe pero que, a la hora de la verdad, parece no cambiar mucho la manera de hacer pastoral, demasiadas veces consistente en actividades lideradas por adultos que no conocen de primera mano las dinámicas juveniles o que no son capaces de calibrar la total ausencia de referentes religiosos en sus vidas. El fracaso en términos numéricos parece estar asegurado en esos casos. Y es que lo que funcionó ayer puede no funcionar hoy. Al mismo tiempo, paradójicamente, lo que funcionó antes de ayer puede que funcione mañana. Cerrarse a la novedad o pasar página demasiado rápido pueden ser dos actitudes aparentemente contradictorias que tienen mucho en común.

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Llegar a las nuevas generaciones es un objetivo fundamental para la misión evangelizadora de la Iglesia. Que el mensaje y la vida de Jesucristo, muerto y resucitado para nuestra salvación, sigue siendo una Buena Noticia alcanzable para todos se pone de manifiesto en la vida de catorce jóvenes que han respondido con generosidad a las preguntas que les hemos planteado. Los presentamos brevemente.

¿Y qué es la Iglesia para ellos?

Todos perciben la Iglesia como casa, familia, lugar de crecimiento, comunidad viva que busca y hace presente a Cristo Vivo en el mundo. Algunos incluso expresan que no son capaces de entenderse sin ella. La Iglesia es eso que ha estado ahí desde que nacieron. Mejor aún, esa realidad en la que han estado inmersos desde que vieron la luz. Pero no solo la definen en su dimensión interna. Además, son conscientes de que ser Iglesia implica comprometerse en el mundo.

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Vibrar con y por la Iglesia

Con esta Iglesia vibran y por esta Iglesia sufren. No por otra soñada o anhelada, por mucho que a veces el deseo de quienes recorren las primeras etapas del camino de ser lo que son sea confundido erróneamente con nostalgias de otras décadas o siglos. Y porque la quieren, desde el cariño y desde su fiel pertenencia a ella por el bautismo, son también capaces de ser críticos.

En los tiempos que corren, en los que la credibilidad de la institución no se mide por la ausencia de fisuras sino por la coherencia de su testimonio, y en los que la debilidad de la Iglesia desde los criterios del mundo hace que los jóvenes que viven su fe desde diferentes grupos estén más cerca unos de otros que en otros momentos, quizá haya que escuchar de verdad a quienes por su edad y circunstancias vitales están más cerca de las voces que nos llegan desde el mundo. Están acostumbrados a convivir con naturalidad en ambientes secularizados.

Lejos de ser un problema esto es para ellos un reto y una oportunidad de ser, como nos pide el Papa Francisco, auténticos «discípulos misioneros». Aun así, son las personas con quienes comparten vida en la Iglesia las que les hacen vibrar y, cómo no, en primer lugar, la persona de Cristo. Todos expresan emoción al acordarse de aquellos que los acompañan y les preceden en su camino de fe. Sin olvidarse de ellos, cada generación necesita libertad para explorar nuevos caminos… y también para poder equivocarse.

Nadie, o muy pocos se ilusionan con la vocación por ver carteles colgados en nuestras Iglesias y colegios, sino por el testimonio de quienes viven con alegría su vocación, sea cual sea.

Los jóvenes «de fuera»

La cercanía a las personas que ni conocen ni viven ni comparten nuestra fe hace a estos jóvenes especialmente capaces para conocer las dificultades de quienes están lejos de la Iglesia.

La manera de gestionar en el pasado los casos de abusos sexuales cometidos por miembros del clero y de la vida religiosa, la jerarquía con rostro únicamente de varón o la manera en que tradicionalmente se ha tratado a las personas homosexuales son cuestiones que no pasan desapercibidas a los jóvenes. Son motivos de alejamiento de muchos a los que o no se les han explicado bien las cosas o no se les ha tratado como merecen. Estas son algunas de las voces que nos llegan desde fuera y que quizá deban hacernos reflexionar. Esto no significa que siempre tengamos que dar soluciones que contenten a todos (un todos que a veces responde solo a determinados grupos). No se trata de avanzar guiados por los criterios del mundo sino de avanzar en un mejor conocimiento de la verdad que nos regala Dios en Jesucristo.

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Y, aunque la formación sea fundamental, lo primero es el encuentro con Jesús. «Resuenan aquí las palabras del Papa Benedicto XVI: «Se comienza a ser cristiano (…) por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (Deus Caritas Est, 1). Judith, aunque actualmente reside en Lugo, comparte el mismo análisis que hace Patricia.

Y es que los cristianos de Madrid y Barcelona, las dos grandes urbes de nuestro país, seguramente compartan algunas dificultades relativas a los ritmos de vida, cuestión importante para poder vivir la dimensión interior de la fe. Aunque en menor medida esta inquietud es compartida por quienes incluso en zonas rurales corren una carrera hacia ninguna parte.

¿Qué imagen tienen?

Otras dos posibles dificultades a las que se tienen que enfrentar los jóvenes que quieren vivir su pertenencia: la Iglesia son la imagen transmitida por los principales medios de comunicación y las ideas contrarias a la antropología católica. La búsqueda de la verdad de la que se enorgullece la prensa no siempre está exenta de contaminarse con intereses espurios, no seamos ingenuos.

Por otra parte, van permeando ideas contrarias a la concepción del ser humano que se deriva del Evangelio y de la sabia reflexión de la Iglesia a lo largo de 21 siglos. La cosificación a la que bajo la bandera de la autonomía y la libertad personal se somete al ser humano (maternidad subrogada, aborto, prostitución, pornografía, eutanasia…) va permeando en los jóvenes sin que se haga una propuesta positiva alternativa clara. A menudo comenzamos a dar la batalla cuando ya tenemos los caballos del enemigo en el patio del castillo.

El momento actual contempla a muchos jóvenes que han sido víctimas de la sospecha generalizada, seguramente provocada por los momentos históricos anteriores en los que la Iglesia en España era omnipresente, a la que se vio sometida la transmisión de la fe y la pertenencia a la Iglesia y a otras instituciones (no hay que aislar la situación española de la vivida en Europa y el resto del mundo a partir de los años 60). Una generación educada y formada en los principios católicos se quedó paralizada ante la identificación de lo católico con el régimen político anterior.

Unos «contra» otros

Pero no podemos caer en la tentación de la simple oposición al mundo. Con todo, puede que el desconocimiento mutuo sea una de las mayores fuentes de problemas y origen de los prejuicios entre unos jóvenes y otros, los «de dentro» y los «de fuera». Este mal se extiende también entre los de dentro. Es decir, entre los jóvenes que viven su fe desde la pertenencia a diferentes grupos y comunidades.La apertura a otros, como nos proponía Álvaro, es algo que se está dando de manera natural.

En la situación de disminución eclesial que vivimos se percibe también que los muros de los diferentes grupos y comunidades son más permeables. Jóvenes católicos que en otro tiempo jamás coincidirían por la propia fortaleza de sus comunidades de referencia, hoy día se conocen y se saben miembros de una Iglesia universal y diversa. Algunos que han sido educados en contextos católicos redescubren la fe gracias a nuevas iniciativas y llegan a simultanear la pertenencia a varias comunidades. No estamos para batallas internas.

Aunque esto pueda ser explicado desde el punto de vista sociológico, no podemos renunciar a una lectura creyente que nos abra a percibir la actuación del Espíritu en grupos y comunidades de nueva creación.

Retiros como los organizados por Effetá, Emaús, Proyecto de Amor Conyugal ven, una edición tras otra, como se agotan las plazas al poco de abrir las inscripciones. De la misma manera surgen nuevas comunidades eclesiales como Hakuna y, hace algunos años, nacían nuevas formas de vida monástica en España (Iesu Communio o las Agustinas del Monasterio de la Conversión). Tener una mirada demasiado mundana nos puede llevar a cierta polarización no solo entre los de dentro y los de fuera sino también entre los de siempre contra los nuevos.

A veces nos olvidamos de que «los de siempre» fueron nuevos alguna vez y que además de oposición encontraron quienes les apoyaron desde dentro de la Iglesia. Ni todo puede ser cuestión de modas como algunos se empeñan en repetir, acusación fácil para no salir de las propias comodidades, ni podemos caer en la tentación de renunciar a tradiciones centenarias en la Iglesia sobre las que se han ido construyendo y aupando esas nuevas realidades que surgen y que reabren el camino a muchos alejados. «Los de siempre» han de ayudar a «los nuevos» con la sabiduría y la experiencia de siglos. La prueba del algodón para todos será la de siempre: la mejor y más auténtica vivencia del Evangelio de Jesucristo.

No hay fórmulas mágicas

Cuando pensamos en la presencia de los jóvenes en la Iglesia no podemos dejar de lado las redes sociales. Lejos de ser una realidad paralela, son entendidas por ellos como una prolongación de la realidad y, por lo tanto, no deben escapar a la misión evangelizadora de la Iglesia. No obstante, alguno de ellos nos confiesa que no está presente. Aunque pueda parecer algo sorprendente es una tendencia que, tras años de crecimiento, empieza a darse fruto de cierto hastío o hartazgo. Conscientes de sus riesgos son concebidas más como lugar que como herramienta. Igual que nadie tiene la receta perfecta para el modo de estar en el mundo, parece que nunca tendremos la receta perfecta para saber el modo de estar en las redes. Como en todo, se aprende de los errores y se celebran los aciertos.

A pesar de las diferencias de los contextos de dónde vienen, se percibe que hay algo común en su manera de expresar su ser Iglesia. Un aire nuevo se ha ido abriendo paso y rebasa incluso condicionamientos históricos o culturales. La gente sigue teniendo sed de Dios, ¿seremos capaces de acompañar hoy a los jóvenes al pozo que no se agota?

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