Lee íntegro el discurso del cardenal Omella en la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal

El mensaje de despedida de Juan José Omella como prediente de la CEE ha tenido por título "caminando unidos hacia la meta, cedo el testigo recibido"

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Discurso Inaugural

CXXIV Asamblea Plenaria

Conferencia Episcopal Española


Madrid, 4 de marzo de 2024


Caminando unidos hacia la meta,
cedo el testigo recibido


Queridos cardenales, arzobispos, obispos, querido Sr. Consejero de la Nunciatura en España, personal de la Casa de la Iglesia, periodistas, hermanos y hermanas que estáis escuchando o leyendo este discurso:

Durante estos años de presidencia de la Conferencia Episcopal Española (CEE), en mis discursos inaugurales he tratado de compartir una mirada reflexiva de la realidad, animando a trabajar juntos para construir, entre todos, una sociedad más libre, más justa, más en paz.

Al llegar al término de mi mandato y pasar el relevo a mi sucesor, quisiera dirigir mi mirada preferentemente a nuestra vida de pastores de la Iglesia.


I. Tiempo de Cuaresma


Iniciamos esta Asamblea Plenaria en medio de la Cuaresma. Como nos recuerda el papa Francisco en su mensaje de este año, la Cuaresma es el tiempo de gracia en el que el desierto vuelve a ser el lugar del primer amor. Y es en el desierto donde descubrimos privilegiadamente al Dios que educa a su pueblo para que abandone sus esclavitudes y experimente el paso de la muerte a la vida.

Pero, lamentablemente, persiste en el mundo el clamor de tantos hermanos oprimidos. Por eso, el Papa nos hace reflexionar y preguntarnos si ese grito nos llega, si realmente nos conmueve.

El papa Francisco nos recuerda que nos hace bien contemplar a Jesús que sale al encuentro de la humanidad herida. Jesús, verdadero rostro de Dios Padre, nos libera de la idea de un Dios distante, frío e indiferente ante nuestra suerte. Él, después de haber enseñado en la sinagoga, sale para que la Palabra que ha predicado pueda alcanzar, tocar y sanar a las personas. De este modo, nos revela que Dios no es un amo distante; sino un Padre lleno de amor que se hace cercano, que visita nuestras casas, que quiere salvarnos y liberarnos. Él quiere sanar todo mal del cuerpo y del espíritu. Se hace cercano para acompañarnos con ternura y para perdonarnos. Cuando descubrimos el verdadero rostro del Padre, nos sentimos llamados a ser portadores de la esperanza y la sanación de Dios.

Los obispos hemos sido particularmente llamados por Cristo a ser portadores de esa esperanza y esa sanación en un mundo herido”, que sufre ante la violencia, la polarización y la desigualdad. Consciente de esta esperanza que ansía el mundo, el papa Francisco ha convocado el Jubileo del 2025 bajo el lema Peregrinos de esperanza”.

Pensando en esta esperanza que hemos de ofrecer al mundo, os animo a dirigir la atención a un documento del magisterio que es fundamental para el ejercicio del ministerio episcopal que nos ha sido confiado. Me refiero a Pastores gregis, la bellísima exhortación apostólica del papa san Juan Pablo II, publicada poco después del Jubileo del 2000. Dicha exhortación lleva por título: El Obispo, servidor del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo. Han transcurrido casi 25 años desde aquella fecha, pero nos anima un mismo impulso: llevar esperanza a un mundo que camina falto de ella. Hermanos, si somos servidores del Evangelio de Jesucristo, sembremos la esperanza que el mundo necesita.

Si el momento de la publicación de Pastores gregis (16 de octubre de 2003) estuvo marcado por el atentado de las torres gemelas en Nueva York, hoy observamos con dolor cómo la polarización, la desigualdad y la violencia avanzan en el mundo.

El papa san Juan Pablo II nos recordaba entonces quenosotros, los obispos, «como pastores y verdaderos padres, con la ayuda de los sacerdotes y de otros colaboradores, tenemos el deber de reunir la familia de los fieles y fomentar en ella la caridad y la comunión fraterna... Aunque se trate de una misión ardua y difícil, nadie debe desalentarse».

Y nuestra misión sigue siendo hoy ofrecer a todos los fieles y al mundo entero esa esperanza. Una esperanza fundada no solo en lo que se refiere a las realidades penúltimas, sino también, y sobre todo, a la esperanza escatológica, que supera todo lo que el corazón del hombre jamás haya podido imaginar y que en modo alguno es comparable a los sufrimientos del tiempo presente. Una esperanza que toma su fuerza de la certeza de la voluntad salvadora universal de Dios6 y de la presencia constante del Señor Jesús, el Emmanuel, siempre con nosotros hasta el final del mundo.

Hermanos, yo, como vosotros, soy muy consciente de que, para poder transmitir esta esperanza, es necesario que nosotros la vivamos, la custodiemos y no dejemos que nada ni nadie nos la robe. Y todos sabemos que solo con la luz y el consuelo que provienen del Evangelio, el obispo consigue mantener viva la propia esperanza y alimentarla en quienes han sido confiados a su cuidado como pastor. Se trata de una esperanza que solo puede fundarse en la Palabra, los sacramentos y la vida de continua oración y relación con la Santísima Trinidad.


II. Año de la Oración


En el marco de la preparación al Jubileo del 2025,el papa Francisco ha convocado providencialmente para este 2024 el “Año de la Oración”,bajo el lema “Enséñanos a orar” (Lc 11,1), que recoge aquella petición de los discípulos dirigida a Jesús. Porque todos hemos comprobado, en nuestra experiencia como pastores, que una de las mejores maneras de alimentar la esperanza de nuestros hermanos es enseñarles a orar.

Todos, en cada una de nuestras diócesis, asistimos a un creciente deseo de vida espiritual y a un redescubrimiento de la oración. Necesitamos aprender a orar y el verdadero Maestro solo puede ser Uno: Jesús, el Hijo de Dios, que con la oración del Padre Nuestro renovó para siempre la oración humana. En este sentido nos dice el papa Francisco: «Me alegra pensar que el año 2024, que precede al acontecimiento del Jubileo, pueda dedicarse a una gran “sinfonía” de oración; ante todo, para recuperar el deseo de estar en la presencia del Señor, de escucharlo y adorarlo».

En efecto, como nos decía san Pablo VI, la Iglesia ha de ser maestra que enseñe e introduzca a los fieles en el arte de la oración. Es, pues, un momento privilegiado para redescubrir el valor y la necesidad de la oración diaria en la vida cristiana. El Año de la Oración nos dice el Papa pretende ser un oasis al abrigo del estrés cotidiano, un espacio donde la oración se convierta en alimento para la vida cristiana de fe, esperanza y caridad.

¿Y qué puede ayudarnos a vivir mejor esta llamada a cultivar la vida de oración? Os anuncio al respecto que la CEE, a través de la Biblioteca de Autores Cristianos (BAC), está colaborando con el Dicasterio para la Evangelización en la edición y la difusión de la colección de ocho volúmenes que lleva por título Apuntes sobre la oración.

Otro instrumento que nos puede ayudar a crecer en nuestra vida de oración es la meditación de las 38 catequesis impartidas por el papa Francisco desde el 6 de mayo de 2020 al 16 de junio de 2021. Estas catequesis toman en consideración diversos momentos de la oración y pueden ser releídas tomando de ellas sugerencias útiles y preciosas.

Ya el entonces cardenal Ratzinger nos recordaba que debemos estar impulsados por la santa inquietud de querer llevar a todos el don de la amistad con Cristo; un amor, una amistad que Dios nos ha regalado para que llegue también a los demás. Nos decía textualmente: «Vayamos y pidamos al Señor que nos ayude a dar fruto, un fruto que permanezca. Solo así la tierra se transforma de valle de lágrimas en jardín de Dios».

Anunciar a Jesucristo y su Evangelio es una misión que nos incumbe a todos: fieles, hermanos y hermanas de la vida consagrada, así como a los ministros ordenados. Todos somos corresponsables. Pero a los obispos nos corresponde singularmente una misión de impulso y coordinación en estrecha colaboración con los presbíteros y diáconos. Transformar este valle de lágrimas en un jardín de Dios es una tarea preciosa; una misión que solo podremos llevar a cabo si caminamos unidos a Dios y en comunión los unos con los otros.

Como ya he dicho en otras ocasiones, asistimos agradecidos a una verdadera primavera del Espíritu Santo en nuestra tierra. Descubrimos cómo el Espíritu Santo está removiendo el corazón de los fieles con multitud de iniciativas de nueva evangelización. En este contexto, hace unos días vivíamos con enorme gozo la celebración del Encuentro nacional sobre el Primer Anuncio, bajo el lema “Pueblo de Dios unido en la misión” y la clausura del Congreso “La Iglesia en la educación”, iniciado en septiembre de 2023.

III. Elegidos para servir


El inicio de esta Asamblea Plenaria viene marcado por una bella e importante labor de colegialidad episcopal: la elección de los hermanos que deberán realizar los servicios de presidencia y vicepresidencia de la CEE, así como la elección de los responsables y miembros de las diversas comisiones y subcomisiones episcopales.

Pensando en el servicio a la comunión y a la misión evangelizadora que tiene nuestra Conferencia Episcopal, así como de ayuda al ejercicio colegiado de nuestro ministerio episcopal, creo que puede ser interesante compartir con vosotros algunos otros aspectos que san Juan Pablo II propone a nuestra consideración en Pastores gregis.

El nuestro es un ministerio bellísimo, una respuesta a la misma llamada que Jesús hizo a los Doce. San Juan Pablo II nos recuerda que las funciones del obispo no se deben reducir a una tarea meramente organizativa, sino que la transformación ontológica realizada por la consagración, como configuración con Cristo, requiere un estilo de vida que manifieste el “estar con Él”.

Cuando nos sintamos abrumados por la gran cantidad de problemas y tareas urgentes en nuestro ministerio, sería bueno detenerse y meditar sobre estas sabias palabras del papa san Juan Pablo II:

«El fundamento de toda acción pastoral eficaz, ¿no reside acaso en la meditación asidua del misterio de Cristo, en la contemplación apasionada de su rostro, en la imitación generosa de la vida del Buen Pastor? Si bien es cierto que nuestra época está en continuo movimiento y frecuentemente agitada con el riesgo fácil del “hacer por hacer”, el obispo debe ser el primero en mostrar, con el ejemplo de su vida, que es preciso restablecer la primacía del “ser” sobre el “hacer” y, más aún, la primacía de la gracia, que en la visión cristiana de la vida es también principio esencial para una “programación” del ministerio pastoral».

No olvidemos nunca que la misión le pertenece a Dios. Nosotros solo somos sus colaboradores más directos, llamados a trabajar en comunión con Él y entre nosotros. En efecto, el obispo, según san Juan Pablo II, es el primero que, en su camino espiritual, tiene el cometido de ser promotor y animador de una espiritualidad de comunión. Debe esforzarse incansablemente para que esta espiritualidad sea «uno de los principios educativos de fondo en todos los ámbitos en que se modela al hombre y al cristiano»17. Y, en este sentido, nos recuerda:

«Para un obispo, cultivar una espiritualidad de comunión quiere decir también alimentar la comunión con el Romano Pontífice y con los demás hermanos obispos, especialmente dentro de la misma Conferencia Episcopal y Provincia eclesiástica. Además, para superar el riesgo de la soledad y el desaliento ante la magnitud y la desproporción de los problemas, el Obispo necesita recurrir de buen grado, no sólo a la oración, sino también a la amistad y a la comunión fraterna con sus hermanos en el episcopado».

Abundando en este tema, san Juan Pablo II nos recuerda que «las relaciones recíprocas entre los obispos van mucho más allá de sus encuentros institucionales». Nos invita, pues, a ser bien conscientes de que la dimensión colegial de nuestro ministerio ha de impulsarnos a practicar entre nosotros, «sobre todo en el seno de la propia Conferencia episcopal, las diversas formas de hermandad sacramental, que van desde la acogida y consideración recíprocas hasta las atenciones de caridad y la colaboración concreta». Y añade:

«Toda acción del obispo realizada en el ejercicio del propio ministerio pastoral es siempre una acción realizada en el Colegio. Sea que se trate del ministerio de la Palabra o del gobierno de la propia Iglesia particular, o bien de una decisión tomada con los demás hermanos en el episcopado sobre las otras Iglesias particulares de la misma Conferencia episcopal, en el ámbito provincial o regional, siempre será una acciónen el Colegio, porque, además de empeñar la propia responsabilidad pastoral, se lleva a cabo manteniendo la comunión con los demás obispos y con la cabeza del Colegio».

Según la citada Pastores gregis, estas consideraciones obedecen, no tanto a una conveniencia humana de coordinación, sino a una necesaria preocupación por las demás Iglesias que deriva de la ordenación episcopal por la cual pasamos a estar integrados y a formar parte de un Cuerpo o Colegio. De modo que cada Obispo es simultáneamente responsable, aunque de modos diversos, de la Iglesia particular, de las Iglesias hermanas más cercanas y de la Iglesia universal.

Aún consciente del riesgo de resultaros reiterativo, dejadme insistir recordando lo que nos dijo al respecto el papa san Juan Pablo II:

«Viviendo la comunión episcopal, cada obispo ha de sentir como propias las dificultades y los sufrimientos de sus hermanos en el episcopado. Para reforzar esta comunión episcopal y hacerla cada vez más consistente, cada uno de los obispos y las Conferencias episcopales han de examinar cuidadosamente las posibilidades que tienen sus Iglesias de ayudar a las más pobres. Sabemos que dicha pobreza puede consistir tanto en una seria escasez de sacerdotes u otros agentes pastorales como en una grave carencia de medios materiales».

Nuestra querida Conferencia Episcopal avanza, como la Iglesia, semper reformanda, depurándose continuamente en el servicio a la comunión entre las diversas Iglesias:

«[…] Las Conferencias episcopales con sus comisiones y oficios existen para ayudar a los obispos y no para sustituirlos. Y, menos aún, para constituir una estructura intermedia entre la Sede Apostólica y cada uno de los obispos. […] Las Conferencias episcopales expresan y ponen en práctica el espíritu colegial que une a los obispos y, por consiguiente, la comunión entre las diversas Iglesias, estableciendo entre ellas, especialmente entre las más cercanas, estrechas relaciones para buscar un bien mayor».

La acción colegial de la Conferencia Episcopal se articula y se implementa a través de los hermanos a los que conferimos la autoridad de la coordinación; y por medio de las comisiones que marcan el rumbo de los aspectos más sustantivos de nuestro ministerio. La elección de estos servicios responde a un discernimiento de gran responsabilidad colegial que hemos de ejercer con la mirada exclusivamente puesta en el mayor bien del pueblo de Dios, y en la recepción de los indudables carismas personales con lo que el Señor ha enriquecido a nuestro Colegio Episcopal para la mayor utilidad de todos, con un absoluto desprendimiento de nuestros propios intereses y estrategias.

En nuestra misión de servicio a las Iglesias que peregrinan en España, siempre cum Petro et sub Petro, no se nos oculta la gravedad de la hora presente de proceder con generosidad y resolución colegial a la reforma de nuestros Seminarios. La calidad humana, evangélica y pastoral de nuestros presbíteros marcará la guía y el aliento de nuestras comunidades cristianas que luchan por apostar por las bienaventuranzas como el verdadero camino del amor cristiano y humano. Ningún motivo puede distraernos de esta empresa, que no podremos llevar a puerto sino desde el dilato horizonte del bien común.


IV. Gratitud


Tras un tiempo ejerciendo la responsabilidad en el servicio a la comunión de la Iglesia que peregrina en España, cedo el testigo que recibí del cardenal Ricardo Blázquez. Quiero daros las gracias a todos vosotros, hermanos obispos, y a todo el personal que trabaja en esta casa por vuestro apoyo, colaboración y comprensión durante estos cuatro años de servicio. Ha sido una bella etapa en el camino que hacemos juntos hacia la meta, en la que nos espera un premio impresionante.

Y con la ilusión de lo que está por llegar, dejadme compartir con vosotros las palabras de san Pablo que resuenan ahora en mi alma:

«Lo que quiero es conocer a Cristo, sentir en mí el poder de su resurrección, tomar parte en sus sufrimientos y llegar a ser como él en su muerte, con la esperanza de alcanzar la resurrección de los muertos. […] Hermanos, no creo haberlo alcanzado aún; lo que sí hago es olvidarme de lo que queda atrás y esforzarme por alcanzar lo que está delante, para llegar a la meta y ganar el premio que Dios nos llama a recibir por medio de Cristo Jesús».

Aunque más que correr, prefiero suavizar la impulsividad de san Pablo y decir: caminamos hacia la meta. Porque, si echáramos a correr, seguramente nos podríamos dejar a mucha gente por el camino. Caminamos pues juntos, sinodalmente, guiados por el Espíritu Santo que inspira y conduce a la gran familia de la Iglesia, y que habla a todos los fieles que permanecen unidos en oración. Solo seremos creíbles si vivimos esa comunión que nace del Espíritu Santo.

Caminemos sin prisa, siempre unidos, cohesionados mirando hacia adelante. San Pablo, como también nos ha dicho Jesús, nos invita a no mirar atrás, sino siempre adelante. Miremos adelante dejando el pasado en manos de Dios. Por eso os pido que disculpéis mis errores y sigamos avanzando unidos en el camino que nos lleva a la Pascua definitiva.

El premio que se nos asegura, por la oblación de Jesucristo, nos da una mirada amplia que va más allá de cada uno de nosotros, de nuestras cortas y frágiles vidas. Nos recuerda que somos parte de un maravilloso plan. Un plan para el cual Dios ha querido nuestra colaboración, para que su salvación llegue a todas las personas y a todos los confines de la tierra. Sigamos, pues, con la ayuda de Dios, despertando en los fieles laicos esa vocación que hemos recibido del Señor:

«Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos.»

El Señor nos ha confiado a todo el pueblo de Dios y no solo a unos pocos, o solo a los creyentes. Todas las personas, sean de la religión o la cultura que sean, son llamadas por la Santísima Trinidad a alcanzar la meta y a ganar el premio que Dios nos ha revelado por medio de Jesucristo. Hagamos nuestra la oración de Jesús al Padre en la última cena:

«No solo ruego por ellos, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado.»

Para terminar, recordemos unas palabras alentadoras. Me refiero a la reflexión final del cardenal Ratzinger en la homilía durante la Misa Pro eligendo pontifice tras el fallecimiento de san Juan Pablo II:

«Nuestro ministerio es un don de Cristo a los hombres, para construir su cuerpo, el mundo nuevo. ¡Vivamos nuestro ministerio así, como don de Cristo a los hombres! Pero en esta hora, sobre todo, roguemos con insistencia al Señor para que […] nos dé […] un pastor según su corazón, un pastor que nos guíe al conocimiento de Cristo, a su amor, a la verdadera alegría. Amén».

Ruego a Dios que los trabajos de estos días nos ayuden a vivir estrechamente la comunión; y que nos permitan seguir anunciando la Buena Nueva con esperanza, humildad, valentía y alegría.


+ Card. Juan José Omella Omella

Arzobispo de Barcelona

Presidente de la CEE



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