La Iglesia pone números y rostros a su impagable labor: “Donde hay caridad, ahí está Dios”

La Fundación Pablo VI ha acogido la presentación de la Memoria de Actividades de la Iglesia correspondiente a 2019, pero donde ha estado muy presente la dureza del 2020

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Lo ha definido muy bien el presidente de la Conferencia Episcopal Española: “Un torrente de caridad y amor”. Es lo que han vivido los asistentes este miércoles a la Fundación Pablo VI para conocer de cerca la Memoria Anual de Actividades de la Iglesia Católica correspondiente al año 2019, la última antes del periodo de pandemia en el que aún nos encontramos.

Un documento que tiene como objetivo rendir cuentas sobre la actividad económica de la Iglesia. Un ejercicio de transparencia, pero sobre todo de agradecimiento a todos aquellos que forman esta familia cada vez más numerosa, que tiene como finalidad dar cumplimiento a las tres 'C': cultura, culto y caridad”, como planteaba en su intervención el Arzobispo de Barcelona.

La Memoria ha vuelto a poner negro sobre blanco la impagable labor social que realiza la Iglesia en nuestro país. De ello pueden dar fe las 4.066.558 personas que fueron acompañadas y atendidas en algunos de los 9.163 centros socio-sanitarios dedicados a mitigar la pobreza, atender a colectivos como el de los inmigrantes, personas dependientes o a dar una oportunidad laboral a quien no tiene acceso al mercado laboral.


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Más de cuatro millones de personas a los que la Iglesia da esperanza, esa que tanta gente ha perdido como consecuencia de la pandemia. El Secretario General del episcopado, Mons. Luis Argüello, no podía evitar mencionar estos meses tan duros en su discurso, pese a que la Memoria hace referencia a los tiempos precovid.

“Esta Memoria la miramos con el color del cristal de la pandemia, y nos hace agradecer más el trabajo de tantos voluntarios, catequistas, misioneros, equipos de pastoral de la salud... Por eso, anunciad a otros y testimoniad con otros que somos el pueblo que quiere transmitir ese amor que recoge este libro hacia las mujeres, chavales que están en la calle, que acompañan a ancianos, o residencias de mayores”, ha subrayado.

Y así, intercalados entre los monólogos del Francotirarock que desataban las carcajadas de los asistentes y los testimonios que han puesto rostro a la labor de la Iglesia, la directora de la Oficina de Transparencia de la CEE, Ester Martín, daba a conocer las líneas maestras del documento.





Una informe que, como decimos, recoge las actividades realizadas por las diócesis, congregaciones, parroquias y entidades religiosas gracias en buena medida a la aportación de los 8,5 millones de contribuyentes que marcaron la X de la Iglesia Católica en su Declaración de la Renta, y que hizo que la asignación superase los 300 millones de euros, lo que supone casi 16 millones de euros más que en el año anterior.

Unas cifras que la crisis económica y social derivada de la pandemia podrían verse alteradas en la Memoria de 2020, aunque la CEE se muestra convencida de que crecerá el número de declarantes que marcarán la X, reconociendo así la gran labor que ha desempeñado las entidades religiosas, diócesis o parroquias en este duro año y medio de covid-19, que tantas necesidades ha traído a miles de familias.

Motivos para el optimismo sobran, si tenemos en cuenta que en la Memoria de Actividades de 2019 se refleja que en todas las comunidades autónomas aumentó la cantidad recaudada.


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Un respaldo de la sociedad a una Iglesia que ayuda a quien lo necesita y que además anuncia el Evangelio cada día a través de las setenta diócesis, casi 23.000 parroquias, 87 catedrales y 639 santuarios, de las cuales 11.000 se encuentran en el ámbito rural. Unos templos llenos de vida y de actividad gracias a los 16.960 sacerdotes y 465 diáconos permanentes.

Unos sacerdotes, religiosos y laicos que cuidan del patrimonio cultural de la Iglesia, con un importante impacto sobre la economía. Valga para ello el siguiente dato: toda la actividad que genera la presencia del patrimonio cultural de la Iglesia en nuestro país se cifra en un impacto total en el PIB de España de 22.620 millones de euros, y llega a aportar una contribución al empleo de más de 225.000 empleos de manera directa, indirecta e inducida.

Todo este patrimonio cultural tiene una finalidad litúrgica, evangelizadora y pastoral y, a la vez, está abierto al estudio y a la contemplación de la sociedad. Justo por eso, la Iglesia lo pone a disposición de todos.


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Una Iglesia comprometida socialmente en todos los ámbitos, también en el educativo. Cada vez son más las familias que apuestan por un modelo educativo de inspiración cristiana, que representan un total de 2.564 centros educativos en nuestro país, y que en el 2019 contó con 1.523.777 alumnos matriculados, 2.600 más que en 2018.

De esta manera, se pone de manifiesto que la relevante actividad académica que desarrolla la Iglesia desde hace siglos sigue más vigente que nunca. A través de las Órdenes y congregaciones religiosas, diócesis y otras instituciones eclesiales proponen un conjunto de valores a la luz del Evangelio que implican una formación integral de la persona, construyendo valor para la sociedad en su conjunto.


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Se trata de una formación de calidad, con buenos resultados académicos, de gran demanda por parte de los padres y que supone un ahorro al Estado de 3.722 millones de euros, gracias a la eficiencia en la gestión del gasto en los centros y la baja dotación de los conciertos en comparación con la enseñanza pública.

El informe presentado por la CEE recoge que también que en 2019 la Iglesia contaba con 1.200 capellanes en los hospitales para acompañar y llevar la palabra de Dios a los enfermos y sus familiares.

Asimismo, casi 3.000 parroquias cuentan con grupos de atención, lo que permitió que cerca de 200.000 personas estuviesen acompañadas mensualmente hace dos ejercicios, gracias en buena medida a los 20.000 voluntarios de la pastoral de salud.

El acompañamiento a este colectivo, en la mayoría de los casos de avanzada edad, es un asunto que preocupa sobremanera a la Iglesia y más concretamente al Papa Francisco, especialmente tras el estallido de la pandemia de la covid-19, que ha afectado con mayor dureza a los ancianos: “El cuidado de los enfermos requiere profesionalidad y ternura, expresiones de gratuidad, inmediatas y sencillas como la caricia, a través de las cuales se consigue que la otra persona se sienta querida”, subrayaba el Santo Padre.


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La historia de Javier, al que su fe le ayudó a superar el cáncer y la covid

A Javier Aranguren la vida se le ha torcido en los últimos meses, pero su fe ha hecho que estos momentos difíciles los haya vivido como el mejor momento de su vida. En noviembre de 2020 le diagnosticaron un cáncer de colon. Unos meses después, en marzo, dio positivo de coronavirus. Durante unas semanas permaneció sedado en la UCI.

Pese a todo, vivió aquella situación con mucha serenidad: “El día que me diagnostican el cáncer de colon fue en la prueba que nos realizamos los que tenemos 50 años. Los médicos me dicen que creen que tengo un tumor”.

Tras el mal diagnóstico, empieza una dura batalla contra el tumor. Pero a la sexta sesión de quimioterapia, la lucha se volvió aún más dura tras padecer covid-19. El 9 de marzo Javier sintió fiebre, por lo que tres días más tarde decidió acudir a urgencias. Desde entonces, asegura tener una laguna mental hasta el 8 de abril, el día de su cumpleaños. Durante este tiempo, permaneció sedado, en estado muy grave. Todo parecía indicar que no saldría adelante.


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“Tuve esta experiencia cercana a la muerte, con alucinaciones, pero lo recuerdo con bastante alegría. Llegaba a la conclusión de que no fue el peor cumpleaños de mi vida el que celebraba el 7 de abril a las 12 de la noche con enfermeras y médicos que hicieron globos cantándome el cumpleaños feliz mientras yo movía un dedo porque no podía hablar”, recuerda Javier, que ha sido uno de los testimonios de fe que se han conocido durante la presentación de la Memoria de Actividades de la Iglesia en 2019, que ha tenido lugar en la Fundación Pablo VI.

Durante la conversación mantenida con los presentadores del evento, el periodista de TRECE José Luis Pérez y la integrante de la oficina de prensa de la CEE, María García, Javier Aranguren mantiene siempre el optimismo y la sonrisa. Sin duda, la gracia de Dios tiene mucho que ver en esa esperanza: “La experiencia que he tenido estos meses es de paz interior, y una gran ocasión para volver a valorar la vida, intentar reconstruir lo hecho hasta entonces, cuando te crees inmortal”.

Lo cierto es que para Javier, la cercanía con Dios le viene desde su infancia. Una cercanía que fue mayor cuando se encontraba sedado, debatiéndose entre la vida y la muerte: “Tuve un momento de conciencia clara. Los médicos pensaban que moriría. Vi al final del túnel una luz con un lugar precioso y niños cantando. Yo me sentía a gusto. Alguien, no se quien, me preguntó si quería quedarme. Respondí que no, porque no me veía en condiciones de estar a la altura ante lo que tenía ante mí. Y por otro lado, dije que me gustaría volver para pedir perdón a algunas personas. Mi experiencia de aquel lugar era de tremenda paz. Por eso digo que quizás mi enfermedad fue de los momentos más serenos y felices de mi vida. Por eso, yo creo que nuestros mayores que han fallecido durante la pandemia lo han hecho en paz con el Señor, lo que es pletórico”, asevera.


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Así colabora la familia Sáez Martín con los más necesitados

La familia Sáez Martín está integrada por un matrimonio y cinco hijos. A todos ellos les une su amor a Jesucristo. Viven en Madrid. El Evangelio está en su día a día, pero no solo a través de la oración, sino con hechos.

Pablo, de 18 años, colabora con la Fundación Ágape, que ayuda a personas que no tienen un techo. Otros miembros de la familia son voluntarios del comedor San José desde el pasado mes de diciembre: “Pensábamos que el 24 de diciembre se celebra el nacimiento de Jesús, peo parece que el mundo se ha olvidado de ello y es el día mundial del langostino”, comenta el padre de familia, que desataba con este comentario las risas de los asistentes a la Fundación Pablo VI para conocer la Memoria de Actividades de la Iglesia en 2019.

La familia se declaró “en rebeldía” ante esta sensación de olvidar la importancia de la Navidad, por lo que todos ellos acudieron al comedor San José y fueron a servir la cena de Navidad con gente que acude con frecuencia a este hogar, especialmente personas que están solas: “Fue una experiencia preciosa”, comenta.

Pablo, pese a su corta edad, es un ejemplo de lo que es amor al prójimo. Cada lunes por la noche acude a la calle Santa Engracia número 20, a la Congregación de Santa María 'Salesas' para colaborar en el 'Proyecto Ágape' Allí celebran una misa a las 19.30h, y luego preparan comida para distribuir en los barrios de San Bernardo y en Colón a aquellas personas necesitadas con las que se encuentran en la ruta: “Lo que me llamó la atención de este proyecto es que solo con la compañía que le damos a estas personas, es muy importante para ellos, no solo la comida”.


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Sin duda, la historia que más ha marcado hasta ahora a este joven adolescente es la de Richard, un joven de raza negra de 20 años: “Fue el primer día que colaboré. Me dijo que le echaron del trabajo por la pandemia y además sus vecinos le discriminaban por pensar que le despidieron por la droga. Por eso, estoy con él siempre que puedo”, comenta.

El acompañamiento es una de las misiones de la Iglesia, y que sin duda lleva a efecto esta familia. Eva, la madre de los chicos, hace hincapié en la idea del acompañar, más allá de la ayuda material: “Si nos quedamos en la ayuda material no llegamos al corazón de las personas. Una cosa bonita del comedor de San José es que lo gestionan los voluntarios, cada uno como puede. Y lo más importante es la acogida, se acogen a personas se les hace sentir parte de una familia. Además, si están alejados de Dios, se les ofrece la posibilidad de volver a acercarles o dárselo a conocer. El amor de Dios crece cuando sirves a los demás y lo vives en comunidad”.


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