Este "ser suyos" de los consagrados es un anticipo de la verdad última, cuando Dios lo sea "todo para todos"

Así lo explica la hermana Carolina Blázquez Casado, directora de la Cátedra de Vida Consagrada de la Facultad de Teología de la Universidad San Dámaso

Tiempo de lectura: 2’

Fue san Juan Pablo II hace 27 años quien vinculó la fiesta litúrgica de la presentación del Señor con la Vida Consagrada proponiendo, así, el 2 de febrero como día de celebración y acción de gracias por este camino de santidad en la Iglesia.

Existe una profunda correspondencia entre el sentido de la fiesta de la presentación y la vocación de especial consagración en la Iglesia. La primera estaba ligada al rescate de los primogénitos que se practicaba en Israel como memoria litúrgica de que la vida procede de Dios y a Él le pertenece y, por eso, a Él debe dedicarse (cf. Ex 13 1-2). El modo concreto en el que las familias judías recuperaban a su primer hijo, cuando no pertenecían a la tribu de Leví, encargados del cuidado del Templo, era a través de la ofrenda de una res menor o, en el caso de ser pobres, un par de tórtolas o pichones (cf. Lv 12,6). María y José, que no formaban parte del linaje de Leví, rescataron a su hijo pequeño, según estaba previsto en la ley (cf. Lc 2, 22-23). Pero, en realidad, este Pequeño, ante el que Simeón y Ana, signos de la profecía de Israel, reconocen al Mesías esperado desde siglos, ha venido al mundo para hacer solo la voluntad del Padre y llevar a cabo su obra, por lo tanto, Jesús es la expresión más pura de una voluntad humana ofrecida al servicio divino (cf. Jn 4,34; 5,30; 6,38) .

El origen y el destino de la existencia

A lo largo de la historia de la Iglesia el Espíritu ha ido suscitando formas de vida cristina que se caracterizan, siendo muchas y variadas en el modo concreto de realizarse, por un elemento común: la dedicación total a Dios, expresando así el origen y el destino de la existencia. Que venimos de Dios y a Él vamos.

En este sentido, la vocación a la especial consagración, en realidad, testimonia una verdad que es propia de todo lo creado, de todos los seres. Tiene un carácter universal siendo un camino particular. Proclama que todos encontramos en el Señor la razón primera y última de nuestras vidas y, por lo tanto, le pertenecemos como origen de nuestra existencia y estamos llamados a abrazar esta pertenencia en libertad como meta de nuestro camino.

Este “ser suyos”, que los consagrados expresan ya de forma elocuente, luminosa, e incluso física en esta tierra, es un anticipo de la verdad última de todos, cuando Dios lo sea “todo para todos” (Rm 11,36). Cuando, desde los diversos caminos de santidad en la Iglesia, entremos en la Morada eterna donde se celebrarán las bodas del Cordero con la humanidad. Cuando se cumpla la comunión de amor que el Padre ha deseado vivir desde toda la eternidad con cada hijo suyo y “seremos siempre para el Señor” (1 Tes 4,17). Esta gracia definitiva nos la anuncian, se vislumbra y nos la recuerdan los consagrados, portadores de la Luz sin ocaso en pobres vasijas de barro.


Religión