¿Cómo es la vida de un sacerdote en tiempos de inflación?: "Muchas familias lo pasan peor"

El sacerdote José Carlos Alonso relata en ECCLESIA cómo sobrevive al encarecimiento de la vida, aunque advierte que lo que le quita el sueño es el aumento de la pobreza

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La subida de los precios en el supermercado y de la factura eléctrica afecta a toda la población, si bien la incidencia en los bolsillos varía en función de las circunstancias personales o laborales. En este punto nos preguntamos... ¿cómo está afectando a las parroquias y sacerdotes la inflación? ¿Es posible que un sacerdote no llegue a fin de mes? ¿Provoca que las ayudas a los más desfavorecidos se resienta?

Son preguntas que en ECCLESIA hemos tratado de responder con la ayuda del Padre José Carlos Alonso, párroco desde hace 17 años en Santa Eulalia de Liáns, anclada en la localidad coruñesa de Oleiros.

Alonso se ve obligado a desplazarse en su vehículo particular para poder administrar los sacramentos y celebrar la Eucaristía en los cinco templos y tres parroquias integradas en la localidad gallega, por lo que el precio de la gasolina también lo nota en su día a día. A ello se suma el pago de las facturas.

“Aunque los sacerdotes procuramos no ser mundanos, sí somos de este mundo y lo que afecta a nuestros feligreses nos afecta también como es la gasolina, la electricidad, los salarios, el IPC...”

¿Cómo afecta la subida de los precios a los sacerdotes?

De hecho, el sacerdote nos ha confesado que cuando llega a su hogar, está restringiendo el consumo de electricidad para ahorrar: “Ha subido como un veinte o treinta por ciento. La gasolina me ha subido un 80%... En la comida, una feligresa se quejaba porque antes la subida de los alimentos era anual, y ahora cada semana suben diez o quince céntimos...”, ha explicado en ECCLESIA.

Y es que el salario de un sacerdote ronda el Salario Mínimo Interprofesional (unos mil euros), aunque depende del territorio: “En Galicia unos mil euros, en Madrid a lo mejor 1.200, pero si el IPC sube un 10% y los precios un 20%, al final perdemos un 30%”, ha relatado.

“Un sacerdote me decía que su salario era híbrido, porque la mitad lo gastaba en luz y la otra mitad en gasolina”, agrega con sorna. En cualquier caso, José Carlos Alonso prefiere poner al mal tiempo buena cara, ya que es consciente de que muchas familias lo están pasando realmente peor que los presbíteros: “Nadie se hace cura para ganar dinero. No morimos de hambre, y es mucho peor quienes tienen nuestro sueldo y tienen que sacar adelante hijos, gastos escolares.... Los curas, al ser uno solo, si en vez de comer chuletas tiene que comer arroz, pues lo hace”, ha agregado.

Como administrador parroquial, este encarecimiento de la vida le ha obligado a dejar en 'standby' unas obras en unos retablos y tejado del templo: “Yo tenía ya presupuestadas las obras pero el encargado me dice que el presupuesto no sirve por la subida de los precios. Suben los precios pero bajan las colectas”, precisa.

La inflación hace que se resienta la caridad

Pero sin duda lo que más preocupa al párroco de Santa Eulalia de Liáns es que la inflación haya hecho que aumente de manera notable las solicitudes de ayuda en Oleiros, y que cifra en un 25%.

“Antes se ayudaba más a extranjeros que a españoles, y ahora al revés porque no llegan a final de mes, no pueden pagar facturas, necesitan calefacción, alimentos...” El problema, alerta José Carlos Alonso, es que ese aumento de la demanda no se compensa con mayores recursos de las parroquias para atender a los más vulnerables, ya que la colecta se ve resentida.

“Los feligreses que vienen al templo aportan en la medida de sus posibilidades, y cuantas menos posibilidades menos aportan, y cuanto menos aportan menos podemos dar, y cuantos más vienen y menos cantidad hay, a menos tocan. Es la pescadilla que se muerde la cola. Pero la solidaridad es muy grande. La gente se vuelca porque sabe que hay necesidad”, ha sostenido en ECCLESIA el religioso gallego.

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