Cartas de despedida, resignación y perdón: el final de los 127 mártires que han sido beatificados en Córdoba

Este sábado, 16 de octubre, la Iglesia ha beatificado a 127 sacerdotes, religiosas y laicos cordobeses que perdieron la vida por defender su fe en los años treinta

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Este sábado, 16 de octubre, un total de 127 mártires han sido beatificados en la Mezquita-Catedral de Córdoba, tras ser víctimas de la persecución religiosa que se produjo en España entre los años 1934 y 1939.

Entre los mártires se encuentran 79 sacerdotes, cinco seminaristas, tres religiosos franciscanos, una religiosa hija del Patrocinio de María y 39 laicos: “Un abanico precioso para mostrar a toda la Iglesia”, apunta en Aleluya el postulador de la Causa, Miguel Varona, que es además director del Secretariado para las Causas de los Santos de la diócesis de Córdoba.

El proceso se abrió de manera definitiva en 2006, aunque una vez que se produjeron aquellos crímenes la Iglesia cordobesa pedía que no se perdieran en la memoria sus historias.

“Fue Mons. Fernández Conde, obispo de Córdoba, quien comentaba que algún día se escribirá con letras de oro su historia. Pero el inicio definitivo fue con Mons. Juan José Asenjo en 2006, cuando se empezó a recoger la documentación, los testimonios y se inició la causa en la fase diocesana partiendo de la fama de martirio, que hubiera conciencia en el pueblo de Dios de que estos hombres y mujeres murieron por odio a la fe en la persecución religiosa de 1934 a 1939”, explica Varona.

El procedimiento de aquellas detenciones producidas a lo largo de un lustro, fue el empleado en el resto de España, en el que los milicianos acudían a la vivienda o a la puerta de la parroquia de la víctima, para posteriormente ser trasladado a un tribunal popular e ingresar en prisión por periodo de cinco o seis meses: “Hubo un sacerdote que pasó por diversos campos de concentración de la provincia de Córdoba y murió en 1939. Pero la violencia era rápida y cruel. El denominador común de los mártires era el perdón”.

Las cartas de la resignación de los mártires

En las cartas que algunos de los sacerdotes martirizados escribieron en aquella etapa oscura de la Historia de España, ya vaticinaban ríos de sangre, dado a la creciente ola de hostilidad que imperaba entre algunos sectores de la población hacia el cristianismo: “ Uno de ellos era el seminarista Rafael Cubero, que era un chico despierto, quería aprender inglés y ayudaba a su tío sacerdote con las catequesis. En 1934, el seminario de Córdoba fue apedreado, quemaron el palacio episcopal... y Rafel reunió a sus compañeros para pedirles tranquilidad y que había que estar preparados para todo hasta para dar la sangre. Así se lo manifestaba también a sus tías en una misiva”.

Otro caso fue el de Luis León, quien pronosticaba a corto plazo “la sangre que se va a derramar en el Carpio y en toda España, y la primera será la mía”. Y así ocurrió, como remarca director del Secretariado para las Causas de los Santos de la diócesis de Córdoba, quien ha destacado “el espíritu martirial que existía en los seminarios, en sacerdotes y muchos cristianos”.

Los mártires sufrieron en sus carnes el odio de aquellos milicianos, lo que les llevó a una muerte tortuosa. Los verdugos trataban de intimidarles para que renunciaran a su fe. Jamás lo hicieron. Eran conscientes que su existencia en este mundo tenían los minutos contados. Prueba de ello es la carta que Juan Elías envió desde prisión a su madre, “en la que le explica que será inmolado, pero que no tenga miedo porque tendrá un hijo en el Cielo”.

A uno de los presos le cayó una gota de lágrima sobre el papel en la que informaba a su hijo sobre su condena. También es emocionante la historia del matrimonio de Acción Católica integrado por Isidra e Isidoro, en la que la primera trataba de animar a su esposo cuando ambos fueron detenidos, recordándole “que iremos al Cielo”.

Uno de los mártires más jóvenes, de quince años, tomó la decidida decisión de acompañar a su padre preso. Cuando los milicianos tiraron de la camisa al adolescente, quedó al descubierto un escapulario del Carmen. Pese a las amenazas que recibió si no se desprendía del símbolo religioso, moriría. Así ocurrió.

Uno de los casos más crueles de estas 127 historias (¿alguna no la es?) lo protagonizó un sacerdote que padecía una enfermedad grave. Cada día, las milicias acudían a su vivienda para “interesarse” por su salud: “¡A ver cuando se pone usted bueno para poder fusilarle!”.

"No es Memoria Histórica, es memoria cristiana"

Mucho sentimiento de rencor y odio por parte de los verdugos hacia “personas tocadas por el amor, al estilo de Cristo”, como recuerda Miguel Varona.

Para el postulador de la causa de estas beatificaciones, estos hechos no se han de encuadrar dentro de la Memoria Histórica, ya que a su juicio, “la Iglesia es experta en humanidad, en permanecer y seguir adelante. Cuando lees que son mártires de la Guerra Civil no es así, porque en una guerra no hay mártires, sino héroes, víctimas, asesinos, odio... Pero la Memoria Histórica no tiene que politizarse. Es memoria del corazón, es memoria cristiana”, subraya en Aleluya Miguel Varona.

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