Accede por primera vez a prisión y esta "peculiar" conversación con el policía le marcó de por vida

Daniel entró por primera vez en la prisión valenciana de Picassent, donde experimentó una vivencia peculiar

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Daniel Pajuelo es un sacerdote católico muy activo en las redes sociales. De hecho, está reconocido como uno de los 'influencers' cristianos más reconocidos del panorama nacional. En su nueva entrada, ha relatado cómo fue su primera experiencia como voluntario en la prisión de Picassent, en Valencia. Fue cuando tenía aún unos 22 o 23 años. Por aquel entonces, estudiaba Ingeniería Informática, y ya había hecho sus primeros votos como religioso marianista.

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En aquellos años, aún tenía un concepto de la prisión similar al que reflejan las películas, como tantos otros que desconocen el funcionamiento y las historias que esconden el interior de una cárcel. Su primer día como voluntario fue realmente intrigante, tal y como explica en el vídeo de Youtube.

Fue Pedro, un hermano de la comunidad, quien picó la curiosidad de Daniel, ya que cada sábado acompañaba en la prisión de Picassent a los presos para acompañarles y rezar. Pedro siempre narraba la enriquecedora experiencia y los testimonios tan duros que conocía entre rejas. Una realidad que experimentó poco después Daniel: “Mi fe en Dios me ha enseñado a no juzgar nunca, ni siquiera a los presos que cometieron algún delito. Cuando escuchas sus historias, te das cuenta que tu pudiste haber acabo como ellos si hubieras vivido las mismas circunstancias”, comenta.



El primer día que el sacerdote acudió con Pedro a prisión le cambió su percepción sobre la vida: “Pedro me ayudó a realizar los trámites para que el Ministerio de Interior me autorizara el acceso como voluntario de pastoral penitenciaria”.

La ilusión y el miedo se apoderaron de Daniel el primer día

Cuando llegó el día, Daniel estaba inquieto No sabía lo que iba a encontrarse. La ilusión y el miedo se entremezclaban: “Mi hermano Pedro me aconsejaba que en la cárcel me dejara sorprender en la relación, que les escuchara y no les diera sermones, pero que tampoco me dejara engañar”.

Una vez en Picassent, Daniel y Pedro pasaron el primer control, lo que les permitió acceder a la entrada principal, donde había una sala de grandes dimensiones vacía, con algunos bancos y ventanas con cristiales blindados. Luego, los policías vaciaron los bolsillos de ambos religiosos. Revisaron la Biblia y la guitarra que Daniel había llevado consigo. Obviamente, la policía trataba de impedir la entrada de droga en el recinto.

Si perdían el pase, quedarían encerrados

A continuación, el funcionario de la ventanilla proporcionó unos pases a Daniel y Pedro para que se lo colgaran en la camisa, y estuvieran bien visibles. Uno de los policías incluso amenazó a ambos, lo que desató el pánico en Daniel: “El agente nos comentó que si perdíamos aquel pase no salíamos de la cárcel. Pedro y yo nos reímos pensando que bromeaban, pero el policía nos decía que no era broma, que si se perdía el pase se sellaba la prisión hasta que apareciera y nos pudieran identificar. Obviamente, no querían que ningún preso las utilizara para moverse libremente por las instalaciones”, detalla Daniel.

El miedo comenzó a apoderarse de Daniel ante la incertidumbre de lo que se le avecinaba. Ya en el pasillo interior de la prisión, superaron varios barrotes y puertas blindadas hasta llegar a la capellanía. Fue el capellán quien repartió los módulos que aquella tarde de sábado debían visitar los religiosos. A Daniel le asignaron los varones, mientras que Pedro visitaría a las madres presas.

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El funcionario abrió la puerta del patio para que Daniel pudiese acceder a los presos, que se encontraban en el exterior del recinto ejercitándose. Daniel se sintió observado por unas cuarenta personas que se encontraban en el patio. Dos de ellos, de origen colombiano y musulmán, fueron los primeros que se acercaron a él para presentarse: “Me sobresalté por dentro pero por fuera estaba tranquilo. Ellos me acogían a mi, y no al revés como debía ser”.

El colombiano comentó que iban a buscar un grupo de personas para asistir a la capellanía a rezar con Daniel. Mientras tanto, el marianista se quedó nuevamente solo en el patio.

Cuando se presentó al resto, se mofaron de Daniel

Finalmente tomó la decisión de presentarse al resto, con nefastas consecuencias: “Cuando vieron que era religioso, se empezaron a reír y a mofarse. Me comentaban que si no era cura, lo mejor es que me fuera con mi familia, en lugar de estar con gente mala. Yo le respondí que en el mundo no hay mala gente, sino que hacen cosas mal. Pero todos buscan el bien”.

Uno de los que se mofaban, de complexión fuerte, se acercó a Daniel, y le preguntó qué hacía aquí: “Yo le respondí que había venido a rezar con quienes así lo quisieran. Volvieron a reírse. Incluso uno de ellos me retó, diciéndome que si tan misionero era, por qué no me quedaba con ellos a vivir”.

En ese instante, el preso que se había acercado a él, le arrancó de la camisa su acreditación. En ese momento, el pánico volvió a apoderarse del cuerpo de Daniel, recordando además las palabras del policía: “Estaba bloqueado. El preso incluso me amenazó con tirar por el desagüe mi pase. No sabía cómo transmitirle que no lo hiciera, ya que sufriría un severo castigo. Pero tampoco quería romper la comunicación con él. Solo podía buscar a Dios”.

El desenlace

En aquella escena de alta tensión, aparecieron de repente los presos colombiano y musulmán que se presentaron inicialmente a Daniel. Socorrieron al religioso marianista y le sacaron de aquel círculo conflictivo. Incluso lograron que le devolvieron su pase: “Los que no tienen paz trata de quitársela a los demás”, reflexionó el musulmán a Daniel. Una afirmación que marcó a nuestro protagonista: “Nunca guardé rencor a aquellos presos, de hecho recé mucho por ellos”, confiesa.

Tras aquella mala experiencia, acudieron a la capellanía con un grupo de presos para rezar. Las sensaciones que experimentó Daniel en su primer día en la cárcel fueron indescriptibles, tal y como explica: “Rezar en compañía da mucha fuerza. Aquello lo compensó todo. Toqué incluso con ellos la guitarra. Al marcharme, mis dos amigos me abrazaron y me preguntaron cuando volvería”.

Una experiencia que marcó, y mucho a Daniel, que volvió en reiteradas ocasiones a la prisión de Picassent como voluntario.

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