El canadiense que dejó la Marina para luchar por la integración de los discapacitados en la Iglesia

Jean Vanier fundó la Comunidad de El Arca con este propósito y ha fallecido a los 90 años

María Martínez López

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Ese hombre tan entrañable de la imagen es Jean Vanier. Probablemente, un nombre más que vas a escuchar o leer hoy, pero su historia no es la de cualquiera. Se encuentra junto a dos personas con discapacidad. Este canadiense de 90 años, que ha fallecido en la noche del martes, es una de las personas que luchó por la integración de estas personas en la Iglesia con el movimiento Comunidad de El Arca. 

De origen canadiense, Jean Vanier dejó la Marina para servir al Evangelio. En 1964 hizo realidad esa vocación dando origen a un movimiento que hoy consta de 154 comunidades de vida y 1.450 grupos. Al recibir en 2015 el Premio Templeton, afirmó que la discapacidad, lejos de ser un castigo de Dios, hace que quienes la tienen "sean los que pueden conducirnos a Dios".

Jean Vanier, el laico que impulsó la integración en la Iglesia de las personas con discapacidad intelectual, ha fallecido en la noche de este martes en París. Nacido en Suiza de padres canadienses, padecía desde hace tiempo cáncer.

El director interino de la Sala de Prensa de la Santa Sede, Alessandro Gisotti, ha informado de que el Papa Francisco "reza por él y por la comunidad de El Arca", el conjunto de 154 centros distribuidos en 38 países de todo el mundo. En ellos, personas con discapacidad intelectual conviven con personas no discapacitadas; en total, unos 10.000 miembros. El 13 de mayo de 2016, en el contexto de los Viernes de la Misericordia, Francisco visitó una de estas comunidades, en Ciampino.

El origen de El Arca y la ternura de Vanier con los discapacitados

Vanier fundó El Arca en 1964, hace ahora 55 años. En 1950 había dejado la Marina canadiense para dedicarse al Evangelio, aunque no sabía bien cómo. Primero estudió Teología y Filosofía y dio clase en la Universidad de Toronto.

En esa época conoció al dominico Thomas Philippe y –compartió con Alfa y Omega en 1997– "descubrí la belleza y el sufrimiento de las personas con una deficiencia. Entonces muchas de ellas eran encerradas en grandes instituciones o en hospitales psiquiátricos. Él me animó a comenzar y permaneció en El Arca como sacerdote".

Años después, en 1971, durante una peregrinación a Lourdes, nació la idea de crear también Fe y Luz, que Vanier cofundó con Marie-Hélène Mathieu: comunidades no de vida sino de encuentro, que reúnen periódicamente a personas con discapacidad con familiares y amigos para rezar y compartir. En estos 1.450 grupos, repartidos en 86 países, no hay voluntarios, pues parten de la base de que todos se ayudan y alimentan entre sí.

"Las personas con discapacidad son signo de Dios, presencia de Jesús"

En España, El Arca tiene dos comunidades (El Rusc y Els Avets, ambas en Cataluña) y una en proyecto en Madrid. Hay, además, 32 comunidades de Fe y Luz en 15 diócesis.

Los discapacitados pueden conducirnos a Dios

En la ya mencionada entrevista a Alfa y Omega, Vanier subrayaba que las personas con discapacidad intelectual necesitan «escucha, amor, amistad, una comunidad. Hace falta aprender a caminar al lado de aquellos que nunca se van a curar. El Evangelio nos revela algo nuevo: en su sufrimiento y pobreza, estas personas tienen algo que dar: son signo de Dios, presencia de Jesús».

Sin embargo, muchas de ellas "sufren al sentir que nadie intenta comprenderlas". Por eso, "cuando estamos con ellos, no podemos tener prisa. Encuentran su alegría en la relación; su ritmo es el del corazón".

En 2015, al recibir el Premio Templeton, uno de los mayores reconocimientos mundiales a personas del ámbito religioso, afirmó para Radio Vaticana que el galardón "llama la atención sobre las personas que tienen una discapacidad, y esto es importante. De hecho, el aspecto particular tanto de El Arca como de Fe y Luz es la revelación de que las personas con discapacidad mental son estupendas. No han desarrollado la mente, pero tienen corazón".

Recordando que hasta no hace mucho la discapacidad se percibía como un castigo de Dios y una vergüenza, contraponía a esto la convicción de que "lejos de haber sido castigados por Dios, son ellos mismos los que pueden conducirnos a Dios, que nos pueden hacer más humanos, más abiertos, más afectuosos".

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