Testimonio de las Religiosas Pasionistas del Convento de "Santa Gema" en Oviedo
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El Año de la Vida Consagrada ha querido proyectar una luz de agradecimiento y reconocimiento sobre nuestra consagración y la de tantos hermanos y hermanas que, con distintos carismas y formas de vida ayudamos a la Iglesia comprometida en una nueva evangelización.
Una luz para agradecer la misericordia de Dios que sigue llamando a la vida consagrada y sosteniendo nuestras vocaciones en ella y una luz para que el Cuerpo de la Iglesia ?todos los que la formamos? reconozcamos que somos muchos y plurales, distintos y todos necesarios y que esta pluralidad no procede de nosotros sino del Espíritu Santo que embellece constantemente a la Esposa de Cristo con la vitalidad y la riqueza de sus dones y carismas, entre los que se encuentra el carisma Pasionista.
Carisma pasionista
Un joven italiano de 26 años llamado Pablo Danei se retiró 40 días en oración y penitencia en Castellazzo (Italia) para descubrir la voluntad de Dios sobre su vida. Era el 22 de noviembre de 1720. A aquel retiro ya fue vestido con una túnica negra, similar a nuestro hábito actual y sobre el pecho una insignia con el nombre de Jesús en letras blancas. Desde entonces quiso llamarse Pablo de la Cruz. Cuando el 1 de enero de 1721 concluyó su retiro ya había escrito un pequeño boceto de la Regla del nuevo Instituto que quería fundar para contemplar y predicar la Pasión de Cristo. Así surgió la Congregación Pasionista en su rama masculina y apostólica.
La fundación de la rama femenina, contemplativa de clausura, fue más tardía, unos 50 años después, tras superar numerosas dificultades y vencer grandes obstáculos.
"Pedí al Señor que me diera a conocer en algún modo si se llevaría a cabo el nuevo monasterio femenino (pasionista). Súbitamente me pareció encontrarme en el Calvario donde vi al Amor Crucificado y a los pies de la Cruz una muchedumbre de almas que, cual solitarias palomas, lloraban la muerte de su Esposo. Unas enjugaban las llagas rebosantes de sangre, otras le arreglaban la piel suturándola con suavidad, otras se abrazaban estrechamente a la cruz y sorbían la sangre, embalsamando su corazón, otras, cual inocentes palomas, formaban un nido en sus santas Llagas…" (Lucía Burlini a S. Pablo de la Cruz).
San Pablo de la Cruz nos llamaba "las palomas del Crucificado". Con esta imagen situó nuestra vocación orante en un espacio muy definido: el Señor crucificado y muerto en la cruz. Con la imagen de las palomas nos atribuía, también, movimientos y acciones silenciosas, en soledad, llenas de amor, ternura y compasión al Señor y a su cuerpo herido, así como un gemido de intercesión y plegaria. Este amor esponsal con Cristo y de cuidado materno sobre las heridas de sus miembros, llevándolos en nuestro corazón y aplicándoles la Sangre salvadora de la Pasión de Jesús, constituye nuestra misión en el Cuerpo de la Iglesia que se abre a toda la humanidad sufriente.
Nuestro convento
En el año 1971 se puso la primera piedra de este convento pasionista de Oviedo. Las hermanas procedían todas de la comunidad pasionista de Madrid.
En la actualidad integramos la Comunidad 7 hermanas. A las 03:00 h. de la mañana nos levantamos para cantar el oficio de lectura. Concluido volvemos a descansar hasta las 06:45 h. A las 07:15 h. Canto de Laudes, seguidamente la Santa Misa. Y a las 09:00 h. Tercia. El día, como en otros muchos conventos, se jalona con la oración litúrgica y personal, con tiempos de trabajo, recreación y descanso, con el estudio, el ensayo de cantos, reunión de comunidad, etc. Salvo en días señalados de fiesta, nuestras comidas son siempre en silencio y con lectura. El trabajo que realizamos varía entre la confección y bordado de ornamentos litúrgicos, plancha y distintos trabajos de decoración.
Nuestra presencia en la diócesis de Oviedo quiere ser memoria de la Pascua de Cristo que es el centro de la vida de la Iglesia: donde nace y se sustenta y de donde procede toda su fuerza evangelizadora.
Se nos conoce por el "Convento blanco" o el "Convento de Santa Gema". Santa Gema atrae muchas personas a nuestra capilla que también se confián a nuestra oración. Ellos y ellas son el rostro herido de Cristo, en su cuerpo o en su espíritu sufren enfermedades, tragedias, angustias, luchas, dudas, desesperanzas, odios, violencias, muerte; nosotras los llevamos en nuestro corazón y con nuestra plegaria y la ofrenda de nuestra vida los asociamos a la Pasión de Cristo, para que todos reciban la Vida que brota de su Pascua.
(Arzobispado de Oviedo)