José L. Almarza: "El corazón de un joven está hecho para un ideal, para comunicarse con lo infinito y ofrecerlo a otros"

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Religión

José Luis Almarza es sacerdote y profesor en la facultad de Formación de Profesorado de la Universidad Autónoma de Madrid. Este curso ha compartido con los profesores de la Fundación Victoria la maravillosa ecuación resultante de combinar misericordia y docencia.

El título de su ponencia es "Gana el que abraza más fuerte". ¿Por qué?

Gana el que abraza más fuerte porque es el que tiene una razón positiva última para entender el valor del otro. El abrazo es un "me alegro de que existas", "cuenta conmigo", "qué bueno es que estés en el mundo", "tú eres más que tus errores y por eso te estimo"… el fondo último es el valor de tu persona. "Gana quien abraza más fuerte" significa "gana quien nos pone en valor y ve nuestro valor", independientemente del mérito. El abrazo es eso: un saber mirar como un saber amar, valorar, apreciar.

¿Está falto de abrazos nuestro modelo educativo?

Sí, en el sentido que estamos hablando. Pero el abrazo puede entenderse como algo proteccionista y no sanamente protector. En el mundo actual, donde nos da tanto miedo el dolor y no esperamos aprender cosas de los problemas, estamos más preocupados en no fallar el penalti que en el gozo de poderlo meter. "Que mi hijo estudie para poder defenderse en la vida", "que no le pase nada"… en el fondo, estamos transmitiéndoles nuestro propio miedo, que la vida es enemiga, que es una trampa. Mientras que el abrazo es todo lo contrario: afirma un bien presente e invita a la confianza bien fundada

¿Dónde recibió José Luis el abrazo que lo transformó?

Mi primer encuentro fue con 16 años, a raíz del testimonio de un laico consagrado, Abelardo de Armas, que me dejó tocado. Nos mostraba el misterio de la humanidad de Jesús de tal manera que nos entraban unas ganas irresistibles de ser hombres; porque ser hombre ante aquel Hombre único e incomparable ("ecce homo") era algo divino, infinito. Y el corazón de un joven está hecho no para una concesión del poder o del "papá" proteccionista de turno y un trabajillo, sino para un ideal, para comunicarse con lo infinito y ofrecerlo a otros.

¿Cómo se puede combatir el desánimo del docente?

Sabiendo que las mejores intenciones no bastan. Tenemos que hacer cuentas con la vida para que caigan las apariencias, las máscaras, para que detectemos lo efímero, lo engañoso, lo aparente. Esta es la maravilla de Jesús, que sabía ver lo auténtico de cada uno, penetraba en el corazón de cada uno. Y entonces podremos decir como Pedro, después de toda la noche sin pescar nada, "Maestro, en tu nombre echo las redes". Pedro dio un paso fiándose de Cristo. Y a partir de aquella pesca milagrosa lo llama "Señor", porque ha visto que Jesús conoce los recovecos, las entradas y salidas de cada pececillo. Y así ha desbordado, con su iniciativa, todas las expectativas de Pedro. Ya no es que Jesús le haya enseñado algo a Pedro, sino que lo ha capturado, y el Maestro pasa a ser Señor en su propia vida. Le ha cogido por el corazón. le ha "pescado" por entero, a él, el gran pescador de Galilea. Nosotros podemos llegar a acercarnos al otro, con todos sus límites, con amor, ternura y delicadeza, porque hemos sido obejeto, en primera persona de su sobreabundancia. Una sobreabundancia que nos llena continuamente de asombro porque va más allá de nuestros cálculos y de nuestros méritos. Realmente, el Señor no deja de asombrarnos. Es el Señor del lago, el Dios de las sorpresas.

(Diócesis de Málaga – Ana María Medina. Foto: F. Victoria)

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