Las monjas que cuidan en Turquía a miles de cristianos iraquíes que lo han perdido todo

Sor Diba y otras religiosas ayudan a educar, a rezar y, algunas veces, sólo acompañan a miles de personas para ser el rostro de la Iglesia que les cuida

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En Turquía permanecen 40.000 cristianos iraquíes que tuvieron que salir de sus hogares con lo puesto, con un futuro incierto por delante. ¿Quién se acuerda de ellos?

Algunos llevan seis años en territorio turco, supuestamente bajo protección internacional. Pero la espera de un visado para entrar como refugiados en Europa se eterniza, y mientras tanto malviven sin apenas trabajo, sin escuela para sus hijos, con el temor de ser culturalmente asimilados.

En 2016, Sor Diba Kupelimisionera franciscana del Verbo Encarnado y dos hermanas de Charles de Foucauld se dirigieron a los campos de Uchisar con el fin de asegurar una presencia y sostener a los prófugos cristianos en ese rincón de la región turca de Capadocia. Allí vivieron bajo el mismo techo que los refugiados durante tres meses, compartiendo sus historias de dolor, ayudando a las familias en la educación de sus hijos, enseñándoles los rudimentos de la lengua turca y del inglés, y rezando con ellos, aunque no tienen ni siquiera una iglesia.

En los años sucesivos se han dirigido a la ciudad de Kirsehir, donde acompañan a 170 familias cristianas de rito caldeo, siriaco u ortodoxo. Sor Diba, que es de origen turco, cuenta ahora con la ayuda de dos misioneras combonianas. Dice que es difícil hacerse cargo de los sufrimientos que han padecido estos prófugos, y que a veces se limita a besar las manos de unas personas que, a pesar de todo, no han perdido su fe en Dios y en el ser humano. Estas religiosas permanecen allí para ser en medio de ellos una presencia de Iglesia cercana, que les ayuda a sostener la esperanza y también a afrontar aspectos prácticos de su situación.

La mayoría de estos prófugos no desea volver a su tierra, donde piensan que sus hogares han sido devastados y que no hay seguridad ni futuro para sus hijos. Esperan conseguir un visado para algún país europeo, para Australia o los Estados Unidos, donde algunos tienen parientes. Son la otra cara de la moneda, los que no tienen fuerzas para volver. Y la Iglesia tiene que acompañarlos también a ellos. De vez en cuando les visita un sacerdote o el obispo en las casas, porque no disponen de un lugar para celebrar la Misa. Pero Sor Diba cuenta que los momentos de oración son preciosos y que intentan mirar todo lo que han vivido a luz de la experiencia del Pueblo de Dios en el exilio.

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