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Auxi Rueda

Directora de Comunicación de la Diócesis de Ávila

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‘Fake news’, o cómo vivir en la sospecha constante

El peligro de estas noticias falsas pero recubiertas de una pátina de verosimilitud reside en su habilidad “para capturar la atención de los destinatarios”

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“Una mentira puede haber recorrido la mitad del mundo mientras la verdad está poniéndose los zapatos”. Cuando Charles Spurgeon pronunció esta frase sentó cátedra, sin saberlo, sobre uno de los asuntos más controvertidos en los últimos años: el fenómeno creciente de las ‘fake news’.

El año pasado, el Papa Francisco dedicó su mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales a esta cuestión, consciente de que es uno de los grandes peligros que amenazan la paz social en nuestro tiempo. Y no es algo nuevo (el Pontífice señalaba en dicho escrito la persuasión de la serpiente a Adán y Eva como la primera de las ‘fake news’ de la Historia), pero sí que es cierto que con el auge de Internet y especialmente el ‘boom’ de las redes sociales, esta práctica se ha convertido en una lacra en el proceso comunicativo.

Pero, ¿a qué nos referimos cuando hablamos de ‘fake news’? Se trata de este tipo de pseudo informaciones que se difunden principalmente a través de canales rápidos de comunicación (redes sociales y aplicaciones de mensajería), con un único objetivo: contribuir, de forma deliberada y preclara, a la desinformación y el engaño. Mediante retórica y argumentaciones falaces, se busca una deformación instrumental de los hechos, que puede repercutir en las conductas individuales y colectivas. Y cuentan con una asombrosa capacidad para difundirse a una velocidad endiablada.

Las ‘fake news’ se construyen para que el emisor pueda manipular al receptor, obtener de él una reacción, una decisión en un determinado sentido. Al presentar hechos falsos como si fueran reales, son consideradas una amenaza a la credibilidad de los medios serios y los periodistas profesionales.

Aunque el refrán se empeñe en decirnos lo contrario, la realidad es que, efectivamente, una mentira repetida mil veces sí termina convirtiéndose en verdad. De hecho, es más fácil confiar en una mentira popular que en una verdad desconocida. Y ese acceso a lo popular, a la información democrática y libre, nos la proporcionan las nuevas tecnologías. Internet y las redes sociales facilitan que cualquier persona pueda crear y difundir cualquier tipo de contenido (sea éste real o no) a una audiencia potencial inaudita Esta posibilidad viene siendo explotada por intereses ciertamente espurios motivados para promover ciertos contenidos, con intenciones puramente propagandísticas, políticas, o, simplemente, para generar tráfico.

¿Por qué es tan fácil caer en la trampa? Por las prisas. Vivimos en la sociedad del eterno agobio, donde lo inmediato es lo que manda, donde la actualidad cambia cada segundo, y donde el ciudadano tiene en su mano el acceso a todo tipo de información. Evidentemente, entre tanto contenido, no es complicado ser víctima de bulos intencionados; y más aún cuando se trata de contenidos viralizados de los cuales se ha perdido ya todo control. En nuestras manos está el poder evitarlo. 

El peligro de estas noticias falsas pero recubiertas de una pátina de verosimilitud reside en su habilidad “para capturar la atención de los destinatarios” haciendo énfasis en “estereotipos y prejuicios extendidos dentro de un tejido social”, y se sirven de “emociones fáciles de suscitar, como el ansia, el desprecio, la rabia y la frustración”, como señala el Papa en su mensaje.

La desinformación, la manipulación consciente que pretender sacar rédito de sus acciones, es probablemente el daño más grande que puede hacer un medio, una institución o un particular, pues está orientando la opinión en una dirección, quitando la otra parte de la verdad.

Ese es el verdadero antídoto para este virus. Frente a la falsedad, se nos invita a la búsqueda de la verdad. Pero no como juicio de las cosas, etiquetándolas como verdaderas o falsas. La verdad no como forma de destapar realidades ocultas. Más bien la verdad como forma de vida, como aspiración humana. Una verdad que nos convierta en seres auténticamente libres.

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