Venid Adoradores Adoremos
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Mons. Ángel Rubio Desde las ocho de la mañana a ocho de la tarde en la iglesia de la Adoración Eucarística que sirve la Confraternidad de Operarios del Reino de Cristo, situada en el clásico barrio de la judería, se encuentra el Santísimo Sacramento expuesto para formar una gran cadena de adoradores. De forma organizada, una hora semanal o en otras horas del día, invitamos a todos a visitar y adorar al único que merece adoración. Él nos espera a cada uno en particular y nos llama por nuestro nombre. En el arciprestazgo de Segovia y en la diócesis deseamos convertir esta acción pública y notoria en el epicentro de todas nuestras actividades pastorales y personales, lo esencial y necesario para sacerdotes, religiosos y seglares ha de ser el sacramento eucarístico.
Después del 50 Congreso Eucarístico Internacional recientemente celebrado en Dublín, hemos de buscar adoradores insertos y adoradores "ocasionales". Hemos de señalar las intenciones de cada grupo para rezar particularmente por los sacerdotes, porque la santificación de un sacerdote es nuestra propia santificación, sin un sacerdote que congregue no podríamos adorar a nuestro Señor. Es necesario que en esta adoración asociada u organizada estén insertos los movimientos, asociaciones, congregaciones y todas realidades eclesiales de la ciudad y de la diócesis, de modo que podamos sentirnos todos unidos en la adoración del Señor haciendo realidad el lema del citado Congreso La Eucaristía: Comunión con Cristo y entre nosotros.
En la adoración se lleva a su máxima expresión lo que el Apóstol llama "glorificar y dar gracias", es decir, el reconocimiento y el agradecimiento a Dios. Pero, ¿en qué consiste propiamente y cómo se manifiesta la adoración? La adoración puede prepararse por una larga reflexión, pero termina con una intuición, y como toda intuición, no dura mucho. Es como un rayo de luz en la noche. Pero de una luz especial: no tanto la luz de la verdad, cuanto la luz de la realidad. Es la percepción de la grandeza, la majestad, la belleza y, al mismo tiempo, de la bondad de Dios y de su presencia, que corta el aliento. Es una especie de naufragio en el océano sin orillas y sin fondo de la majestad de Dios. Pero "naufragar es dulce en este mar". Una expresión de adoración, más eficaz que cualquier palabra, es el silencio. Él, por sí solo, está diciendo que la realidad está inmensamente más allá de toda palabra. Resuena alto en la Biblia el mandato: "¡Silencio ante él, tierra entera!" (Heb 2,20), y "¡Silencio ante el Señor Dios!" (Sof 1,7).
La adoración conlleva también un aspecto de sacrificio, la inmolación de algo. Precisamente así es como da testimonio de que Dios es Dios, y de que nada ni nadie tiene derecho a existir ante él, si no es por su gracia. Con la adoración se inmola y se sacrifica el propio yo, la propia gloria, la propia autosuficiencia. Lo que pasa es que esta gloria es falsa e inconsistente, y para el hombre es una liberación deshacerse de ella.
André Frossard periodista francés educando en el ateísmo marxistas nos cuenta su experiencia en su obra "Dios existe, yo me lo encontré" (1979). Fue un momento de estupor que dura todavía. Nunca me he acostumbrado a la existencia de Dios. Habiendo entrado, a las cinco y diez de la tarde, en una capilla del Barrio Latino en busca de un amigo, salí a las cinco y cuarto en compañía de una amistad que no era de la tierra.
Habiendo entrado allí escéptico y ateo de extrema izquierda, y aún más que escéptico y todavía más que ateo, indiferente y ocupado en cosas muy distintas a un Dios que ni siquiera tenía intención de negar, volví a salir, algunos minutos más tarde, "católico, apostólico, romano", llevado, alzado, recogido y arrollado por la ola de una alegría inagotable.
Al entrar tenía veinte años. Al salir, era un niño, listo para el bautismo, y que miraba entorno a sí, con los ojos desorbitados, ese cielo habitado, esa ciudad que no se sabía suspendida en los aires, esos seres a pleno sol que merecían caminar en la oscuridad, sin ver el inmenso desgarrón que acababa de hacerse en el toldo del mundo. Mis sentimientos, mis paisajes interiores, las construcciones intelectuales en las que me había repantingado, ya no existían; mis propias costumbres habían desaparecido y mis gustos estaban cambiados. Amor, para llamarte así, la eternidad será corta".
Son muchas personas que también aquí en Segovia nos podrían contar su experiencia fuerte y intensa con Dios al estar en adoración mirándole y dejándose mirar.
+ Ángel Rubio Castro
Obispo de Segovia





