Nuestro Seminario, nuestra esperanza

Nuestro Seminario, nuestra esperanza
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Mons. Javier Salinas La fiesta de San José, testigo de fe y esperanza en las promesas de Dios, pone ante nuestra mirada el Seminario, comunidad educativa para "quien es llamado por el Señor al servicio apostólico". Una realidad eclesial decisiva para el futuro de nuestra Diócesis. De ahí la invitación, especialmente en esta jornada, a la oración y a la generosa colaboración económica a favor de la formación de los que se preparan para ser sacerdotes.
El Seminario escomouna bandera que nos señala una dimensión permanentedelvivir cristiano y de la acción pastoral en la Iglesia: suscitar y educar las vocaciones, especialmente al ministerio sacerdotal. "Sin sacerdotes la Iglesia no podría vivir aquella obediencia fundamental que se sitúa enel centromismo de su existencia y de su misión en la historia, esto es, la obediencia al mandato de Jesús "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes"(Mt 28, 19) y "Haced esto en conmemoración mía"(Lc 22,19)" (PDV,1).
Nuestra esperanza está en Dios Padre, en cuanto nos ha mostrado en su Hijo y realiza hoy por la accióndelEspíritu Santoen la Iglesia. Pero sin sacerdotes, este gran don de vida y redención no nos alcanzaría en su plenitud. Por ello no es exagerado afirmar: "nuestro Seminario, nuestra esperanza". Que el Señor suscite vocaciones al sacerdocio es nuestra esperanza, alimentada de oración constante y esfuerzo en una vigorosa pastoral vocacional, dimensión esencial y connatural en la vida de la Iglesia.
Pero hay que reconocer que hoy no es fácil proponer a un joven ser sacerdote, apasionarse por el Evangelio. Nuestro mundo tiende a marginar a Dios de la vida pública y, con ello, al sacerdote en cuanto hombre de Dios al servicio de los hombres, al cual se le ve más como un agente social, con olvido de su dimensión más radical: pertenecer a Cristo, ser signo e instrumento de presencia salvadora.
A pesar de todo, vale la pena proponer a un joven ser sacerdote. Ahí está el testimonio de entrega, de servicio amoroso, de capacidad de concordia y celo apostólico de tantos sacerdotes. Y el aprecio de tantos laicos y consagrados que encuentran en los sacerdotes lo que nadie más puede dar: la Palabra de Dios; la misericordiadelPadre, en elsacramentode la Reconciliación; el Pan de la Vida, que alimenta el camino de fe, esperanza y amor; el acompañamiento en momentos especialmente difíciles. Y esto a pesar de las fragilidades de quienes hemos recibido y secundado el don de la vocación. Es Cristo quien llama y sostiene a los sacerdotes para el bien de su Iglesia, que no quieren ser sino instrumentos de su Evangelio.
+ Javier Salinas Viñals
Obispo de Tortosa