Llorar, reír, consolar

Agencia SIC

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Mons. Juan del Río El Sermón de la Montaña proclama: "Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados" (Mt 5, 5). La verdad es que resulta chocante llamar felices a los que sollozan o están desolados, ya que el corazón se turba y la mente muchas veces se ofusca. ¿Quiénes son estos "dichosos" que gimen? El sujeto de esta tercera bienaventuranza no son los que lloran sin más, porque hay lágrimas de cólera y lamentos de rebeldía contra Dios y los demás. Se está refiriendo a aquellos "pobres en el espíritu" que, ante las pruebas de la vida ordinaria, ponen su destino en manos de Dios con espíritu de conformidad y entrega. El llanto, pues, es parte del orden de los eventos divinos en el ser humano. De ahí, que la causa del llanto puede ser: la indigencia, el hambre, la pérdida de los seres queridos, los errores y pecados propios o ajenos, el sufrimiento personal, el de nuestros semejantes y, sobre todo, el de los inocentes.

Jesús no consagra la tristeza y el desconsuelo de los hombres, sino todo lo contrario, su misión es predicar la buena nueva a los abatidos, a los cautivos, a los afligidos (cf. Is 61, 1; Lc 4, 16-19). Así, vemos cómo en su vida pública Él mismo, llorará por la muerte de su amigo Lázaro (Jn 11, 35) y por el rechazo de Jerusalén al Mesías (Lc 19, 41); reconocerá las lagrimas de arrepentimiento y agradecimiento de la mujer pecadora (Lc 7, 38); comprenderá los lloros por la muerte de un ser querido, como en el episodio de la hija de Jairo (Lc 8, 52); mirará con misericordia las lágrimas del impetuoso Pedro (Lc 22, 62); mostrará dulzura a las mujeres que sollozan por Él cuando va hacia el Calvario (Lc 23, 38). Este itinerario de Cristo, nos enseña las verdaderas actitudes cristianas ante la desolación. Hay que saber recorrer con fe este "valle de lágrimas" que es el mundo, para que un día nuestras penas se conviertan en gozo (Jn 16, 20; cf. Ap 21, 4).

El Dios de la Biblia es el Dios de todo consuelo (cf. Is 40; 2Cor 1, 3). Toda consolación pasa por la tribulación. Lo vemos en aquellos que sufren por ser discípulos de Jesús, los que toman su cruz de cada día, se niegan a sí mismos a favor de los demás y siguen al Maestro con alegría. Todos esos recibirán ya en esta vida el consuelo de "la presencia de Dios en su corazón" como dice el Papa Francisco (Homilía 10-6-2013).

El hombre espiritual siente el bálsamo de la consolación como un deleite anticipado de la vida eterna. Los lamentos más íntimos y ocultos no se quedan sin recompensa, porque Dios lo ve todo, lo sondea todo y conoce las necesidades más profundas del alma. ¡Cuántas lagrimas secretas de un padre y de una madre por el hijo mal encaminado han hecho posible su recuperación! No estamos solos en nuestras angustias y ansiedades. ¡Dios llora con los que lloran, y sufre con los que sufren! Por ello dirá san Pablo: "pues así como abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, igualmente abunda también por Cristo nuestra consolación" (2Cor 1, 5).

Ahora bien, en la versión de san Lucas, esta bienaventuranza se formula de esta manera: "bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis" (6, 21). A la que corresponde la lamentación: "¡ay de los que ahora reís! Porque tendréis aflicción y llanto" (6, 25). Aquí el término "reiréis" es equivalente a "consolación" del evangelista Mateo. Se trata de la "risa" como expresión visible de la alegría y la satisfacción que siente el justo en medio de la tribulación. En cambio en la lamentación, el "reís" esta tomado en su sentido burlesco del hombre soberbio que hace mofa de aquellos que ponen su confianza en el Señor (cf. Lc 1, 51-55).

El que llora está seguro de que algún día habrá una inversión de la situación que padece, porque confía que Dios hace justicia al pobre y al que le suplica, cambiando sus "llantos en cantares" (Sal 125, 5). Nuestra tarea como cristianos, no es pasarnos la existencia entre las facilonas risas placenteras de la mundanidad, sino librar el buen "combate de la fe", para que al final de nuestros días podamos recibir la sonrisa de la salvación eterna (cf. Mt 25, 31-46). Porque como dice el refrán popular: "el que ríe el último, ríe dos veces".

+ Juan del Río Martín

Arzobispo Castrense de España