"Entregado"

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Agencia SIC

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Mons. César Franco Cuando leemos los textos del Nuevo Testamento que se refieren a la muerte de Cristo aparece un adjetivo que dice más de lo que una lectura superficial permite deducir. Se dice de Cristo que fue entregado a la muerte. Son muchos los agentes que intervinieron en esta entrega. Judas ha pasado a la historia como "el que lo entregó"

Los sumos sacerdotes lo entregaron a Poncio Pilato. Y Poncio Pilato "lo entregó para que fuera crucificado" (Jn 19,16). Pero la muerte de Jesús no es sólo el resultado de las acciones de los hombres. En el trasfondo de la historia y de los personajes que la hicieron posible hay una entrega, a la que Cristo alude, cuando él mismo habla de su muerte: "El Hijo del Hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, y le condenarán a muerte, y le entregarán a los gentiles?" (Mc 10,45).

El Evangelio de este domingo, tomado de san Juan, dice abiertamente que "tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna" (Jn 3,16). El Padre aparece, pues, como el primer actor de este drama de la pasión de Cristo. De ahí que san Pablo, sacando las consecuencias del amor de Dios al darnos a su Hijo, se pregunte: "El que no se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él?" (Rom 8,33). Bastaría esta afirmación para no dudar nunca del amor de Dios hacia el hombre; para que ningún pecador desespere de encontrar siempre a Dios dispuesto al perdón. Uno de los más grandes escritores del cristianismo, Orígenes, comparando a Abrahán con Dios, escribe: "Contempla a Dios rivalizando con los hombres en magnífica liberalidad: Abrahán ofreció a Dios un hijo mortal, que no llegaría a morir; Dios, por los hombres, entregó a la muerte a su Hijo inmortal".

Hay que evitar, sin embargo, presentar la muerte de Cristo como si el Padre se ensañara con su Hijo como una víctima sobre la que descarga su ira por los pecados del mundo. Nada más lejos de la fe cristiana una visión de este tipo en la que Hijo aparezca destinado fatídicamente a morir para aplacar a Dios. Hablando de sí mismo, Cristo afirma: "Nadie me quita la vida sino que yo la entrego libremente; tengo poder para entregarla y poder para recuperarla" (Jn 10,18). Dicho de otra manera: Cristo se entrega libremente a la muerte como señal de su amor a los hombres. Y en este amor coincide con el Padre. El Padre nos lo da y el Hijo se da a sí mismo. Las palabras de la Eucaristía no dejan lugar a dudas: "Esto es mi Cuerpo entregado por vosotros". En esa entrega actúan al unísono el Padre y el Hijo. Ambos expresan el Amor entregado, expropiado de sí, si es que Dios puede expropiarse de sí mismo.

¿Quién dudará entonces del amor de Dios? No encuentro mejor comentario a este núcleo esencial de la fe cristiana que las palabras de san Juan Pablo II en su primera encíclica como Papa: "¡Qué valor debe tener el hombre a los ojos del Creador, si ha "merecido tener tan grande Redentor", si "Dios ha dado a su Hijo", a fin de que él, el hombre, "no muera sino que tenga la vida eterna"! En realidad, ese profundo estupor respecto al valor y a la dignidad del hombre se llama Evangelio, es decir, Buena Nueva. Se llama también cristianismo" (RH 10). Quien entiende esto, comprende de inmediato que no puede vivir sin amar a Dios y al hombre. Porque, en último término, "el hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente" (RH 10). He aquí el reto y el sentido de la vida: entregarse al amor.

+ César Franco

Obispo de Segovia

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